¿Hasta cuándo aguantaremos a Trump?

¿Hasta cuándo aguantaremos a Trump?

Por razones estratégicas, la relación con el presidente Donald Trump se procura mantener con la mayor cordialidad y con la muy firme intención de que no haya nada que pueda molestarlo. Esta lógica de subordinación política no tiene como principal razón de ser que Estados Unidos sea el principal socio comercial de México, y que cualquier diferencia de fondo que haya entre los dos países, afecta directamente a la economía mexicana, como ha vuelto a suceder en los últimos días donde el renacimiento del discurso incendiario de Trump hacia este país evaporó la recuperación del peso contra el dólar y volvió a poner muy nerviosos a los mercados. La razón de la estrategia aprobada por el presidente Enrique Peña Nieto es otra. Sus principales asesores lo convencieron de que si llevaba la fiesta en paz con Trump, una vez que dejara la Presidencia garantizaría que el gobierno de Estados Unidos no buscaría perseguirlo por delitos que le quieran imputar. Es decir, su postura frente a Trump busca un blindaje jurídico cuando deje Los Pinos.

El presidente no entiende muy bien cómo opera el sistema en Estados Unidos, ni el político, ni el jurídico. Ubicar a la Casa Blanca en el contexto de Los Pinos, desde donde se pueden entrometer en los poderes Legislativo y Judicial para alinearlos a sus objetivos, es un error. Los poderes en aquella nación sí funcionan como contrapesos uno de otro, autónomos, independientes y de una constante fricción que produce un mejor gobierno, mejores leyes y mejor justicia. En la mente del presidente y sus asesores está la amenaza de que la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa en 2014, sea el pretexto para llevarlo al Tribunal Internacional de La Haya y juzgarlo por esos crímenes, como se ha venido ventilando desde entonces.

Por esa razón contrató a dos respetados abogados que le hicieron un estudio de probabilidad de ese juicio y concluyeron que no habría forma de enjuiciarlo. Todo podría contenerse, le dijeron, en una acusación en contra de Tomás Zerón, ex director de la Agencia de Investigación Criminal, que encabezó las pesquisas del crimen en Iguala y que hoy es su principal asesor de seguridad nacional. Los abogados, grandes penalistas sin experiencia internacional le dieron una primera tranquilidad. El reforzamiento existencial en el presidente, de acuerdo con la estrategia que avaló, fue haber aceptado aguantar los desplantes de Trump para que al terminar su sexenio pudiera retirarse a donde quisiera con tranquilidad. El presidente, sin embargo, omite dos cosas: quienes están armando el caso de genocidio en su contra no son abogados del gobierno, sino expertos en derechos humanos de organizaciones no gubernamentales, resilientes a las presiones de Washington, y que Trump no aprecia en absoluto sus gestos y lo que piense, sienta y afecte a Peña Nieto, le da exactamente lo mismo.

La última señal se dio este mismo miércoles, cuando el influyente portal Político reveló que Trump está considerando firmar una orden ejecutiva para salierse del Tratado de Comercio de América del Norte. El borrador de la orden ejecutiva fue elaborado por Peter Navarro, el director del Consejo Nacional de Comercio de la Casa Blanca, con la colaboración de Stephen Bannon, el estratega en jefe de Trump. Navarro era una de las personas en la Casa Blanca con quien mejor relación había desarrollado el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, y con quien estaba revisando los términos de la renegociación del acuerdo. Bannon fue quien cuando Videgaray encabezó la primera delegación oficial a la Casa Blanca a principio de año, los insultó y provocó que a punto estuvieran los mexicanos de levantarse de la mesa ante el agravio. Bannon era el propietario del portal Breitbart News, que al dia siguiente de la victoria de Peña Nieto en la elección presidencial de 2012, publicó que los mexicanos habían electo a un presidente financiado por los cárteles de la droga.

El mensaje de Trump al pedir la redacción de la orden ejecutiva vuelve a sacar la parte más negativa del presidente estadounidense con respecto a México. Político señaló que la intención es forzar a México y a Canadá a renegociar el acuerdo trinacional en los términos que desea la Casa Blanca. La semana pasada, recordó Político, Trump afirmó: “El TLCAN ha sido muy, muy malo, para nuestro país. Ha sido muy, muy malo para nuestras compañías y para nuestros trabajadores, y le vamos a hacer algunos grandes cambios o nos saldremos del TLCAN de una vez por todas”. Esos cambios implican, entre otras cosas, imponer tarifas y barreras arancelarias, que reiteradamente ha rechazado el gobierno mexicano. La última el martes, en el Congreso, donde Videgaray le dijo a los diputados que si esa fuera la imposición, México estaría listo para dejar el acuerdo comercial.

Si Trump firma o no la orden en los próximos días, como se anticipa, no modifica en absoluto la actitud del presidente estadounidense hacia México. Pensar que ser modosos con Trump es el mejor camino para la paz interna de Peña Nieto, es una equivocación. Si a Peña Nieto le fincan una acusación internacional por genocidio, no será porque se llevó bien o mal con Trump. Es irrelevante. Ese caso correría por diferentes correas. Lo que no es nimio es que se siga manteniendo una actitud pasiva frente al jefe de la Casa Blanca. El fin del TLCAN afectaría a los tres países, muy probablemente más a México en el corto plazo. Pero no será el fin del mundo. La réplica económica para Estados Unidos, coinciden los expertos, sería devastadora para muchos sectores económicos e industriales en aquella nación. México no puede seguir a la deriva por la bipolaridad política de Trump. Tampoco seguir en la incertidumbre por actitudes pusilánimes por razones personales. Si Trump quiere usar una pelota dura con México, que empiece el juego. Incluso, Peña Nieto podría ganar mucho del capital político interno que ha perdido. La apuesta, en las condiciones actuales, vale la pena.

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