Resistir a Trump no es garantía de victoria. Laureles se pueden transformar en crisantemos

Su Santidad el Papa Francisco I advirtió la semana pasada sobre lo que será el objeto de las guerras en nuestro siglo XXI: La lucha por el agua. Ese mismo día, en varios portales de noticias, asomó la cabeza, para luego desaparecer con rapidez, una información: El tratado sobre la administración del agua del rio Colorado, que hace de frontera natural entre EEUU y México, concluye a mediados de este año y, de no renovarse quienes perderían más serían los más de 30 millones de agricultores norteamericanos que dependen del líquido elemento que ahora compartimos en armonía con nuestros vecinos del norte. En estos días se sabe que el presidente Trump, de ingrata presencia, ha dado la orden de estudiar el desplazamiento de 100 mil miembros de la Guardia Nacional a la frontera con nuestro país para que se encarguen del control migratorio. Y también se ha dado a conocer por parte del gobierno mexicano que si en la renegociación del TLC se quieren imponer aranceles a los productos mexicanos nos retiramos de la negociación. Donald Trump tiene una aceptación personal, y como presidente de menos del 50 por ciento de los norteamericanos. La más baja de toda la historia de esta institución y, de seguir la costumbre de sus predecesores necesita -más bien le urge-, una guerra para aumentar su popularidad y, a juzgar por sus salidas de tono y su personalidad desmedida, no parece que le vaya a costar mucho declararse en conflicto con cualquier país de la tierra que no se someta a sus caprichos. Si a esto le sumamos la inexplicable, e insultante y humillante para nosotros, relación que está demostrando con México la conclusión parece tan obvia que da realmente mucho miedo saber en dónde estamos parados y con quien nos estamos jugando nuestro futuro. Nos recetan resistir. Llevamos mucho tiempo creyendo a quienes nos mienten. Casi nos han convencido de que resistir es vencer, aprovechándose de que ningún ser humano conoce los límites de su resistencia, pero eso no es cierto. Según las páginas amarillas de la historia hay mil ejemplos de muchos que resistieron, pero no ganaron. Sus laureles se transformaron en crisantemos. Quiero creer que mi mente calenturienta se equivoca.