Sean bienvenidos. No somos como dicen

Sean bienvenidos. No somos como dicen

Cuenta el escritor Bioy Casares que vio un letrero a la entrada de un pueblo mexicano en el que se leía “Sean bienvenidos. No somos como dicen”. Tampoco nosotros somos como pueden pensar quienes se fían de la publicidad negativa que nos acompaña en el resto de la República y de los comentarios políticos que nos recetan los que nos visitan. Somos mucho mejor. El pueblo Tabasqueño está aguantando lo que no está en esos escritos y sigue confiando en que llegarán tiempos mejores. Ya sabemos que la experiencia colectiva es algo muy difuso. Ni siquiera es la suma de las individuales. Pero la paciencia se está agotando al mismo ritmo que el dinero. Las discusiones entre dos, o tres, políticos en la Cámara de diputados tabasqueña, que suelen ser monótonas, sobre todo cuando los interlocutores insisten en la mezquindad de querer llevar razón a nosotros ya no nos entretienen y nos trae sin cuidado quién la lleve, ya que es muy poco razonable que piensen en que nos dan circo, pero nos falta el pan. Lo malo es que se destruyen cada día más sitios de trabajo y se ahonda la sima entre los ricos de solemnidad y los pobres de pedir un empleo. Como no repartan algo se pueden quedar sin nada los que lo tienen todo. La situación se presta a la demagogia, pero pertenece a la estadística. No hay empleo, no hay liquidez, no hay inversiones en Tabasco. Jean Cocteau decía que no hay que rechazar las recompensas oficiales y lo que hay que hacer es no merecerlas, pero es muy difícil desestimar una oferta única. Si a alguien que ama su ciudad le dicen que en otra tiene probabilidades de comer un par veces al día no duda en empadronar su estómago allí, aunque la nostalgia reclame su lugar. “No se es de donde se nace, sino de donde se pace”, afirma un horrible refrán. ¿Dónde queda el amor a la patria chica si las raciones son cada vez más pequeñas? La caída del bipartidismo en Tabasco, que sigue de pie, nos va a descubrir que existen más maneras de equivocarse y no hay por qué aferrarse a las dos tradicionales. Al parecer, al político choco medio lo que más le gusta es oponerse. Por eso necesita, más que tener amigos, contar con los enemigos suficientes, más o menos desinteresados, pero siempre ardorosos. Esto es lo que hay, aunque de esto no se come.