La ketamina revoluciona el tratamiento de la depresión

LA KETAMINA

La ketamina se ha convertido en un medicamento de interés por su capacidad para aliviar el malestar y su creciente popularidad como posible tratamiento contra la depresión.

Su rapidez de acción la ha colocado bajo la lupa de la comunidad científica, que estudia su potencial para transformar la manera en que se aborda esta enfermedad, la cual afecta al 5.7% de la población adulta en el mundo, según la OMS.

Sin embargo, más allá de sus efectos inmediatos, los expertos insisten en que el tratamiento de la depresión debe realizarse siempre bajo supervisión médica y con acompañamiento terapéutico, evitando la automedicación.

¿Qué es y para qué sirve la ketamina?

La ketamina, o clorhidrato de ketamina, es un anestésico desarrollado en la década de 1970 como una alternativa más segura a la fenciclidina (PCP).

Actualmente, está aprobada por la FDA para su uso como anestésico general y en el manejo del dolor severo, aunque su aplicación para tratar trastornos mentales como la depresión aún no está oficialmente autorizada.

¿Cómo actúa contra la depresión?

A diferencia de los antidepresivos tradicionales que actúan sobre la serotonina, la ketamina influye en el sistema glutamatérgico, clave para la comunicación entre neuronas.

Entre sus principales efectos destacan:

• Bloquea las reacciones cerebrales asociadas con la depresión.
• Promueve la liberación de glutamato, lo que estimula el sistema nervioso y mejora el estado de ánimo.
• Favorece la reparación de conexiones neuronales dañadas por el estrés.
• Incrementa la producción del factor BDNF, que contribuye a la formación de nuevas sinapsis.
• Posee propiedades antiinflamatorias relacionadas con la mejoría del ánimo.

Algunos estudios indican que puede generar alivio desde la primera hora de administración y reducir rápidamente los pensamientos suicidas.

Posibles efectos secundarios

Aunque sus beneficios resultan prometedores, la ketamina no está exenta de riesgos. Los efectos secundarios más comunes incluyen mareo, náusea, somnolencia y una sensación de desconexión.

En dosis altas o por uso prolongado, puede ocasionar aumento de la presión arterial, episodios de psicosis, daño urinario y dependencia.

Por ello, su administración debe hacerse únicamente bajo control médico. El futuro de su uso terapéutico dependerá de garantizar su seguridad, eficacia y evitar su abuso recreativo.