Algo que tienen en común los cachorros y los bebés humanos es la ternura que despiertan en nosotros: su forma aparentemente torpe de caminar, su forma efusiva de reaccionar ante cualquier concepto nuevo para ellos, sus ojos llenos de ilusión e inocencia, todo esto nos hace querer estrujarlos entre nuestros brazos y cuidarlos toda la vida. Sin embargo, el paso del tiempo puede borrar esta ternura y acarrear el abandono.
En la época de las fiestas, tanto en Navidad como en Fin de Año, así como en los cumpleaños, es muy común que los adultos regalen cachorros a los niños, justificando su acción con el hecho de que cuidar a un ser indefenso puede enseñarles una lección de vida invaluable para convertirse en seres responsables. Sin embargo, un porcentaje alarmante de estos animales acaban en perreras o en las calles, abandonados por sus propias familias cuando ya no quieren continuar compartiendo sus vidas con ellos.
Una de las razones por las cuales la gente abandona a los perros es que siente que ya no puede controlarlos, es decir, que sus métodos de enseñanza no sirven y los animales no responden como esperan. Ya sea que dañen objetos de valor, que se escapen o que se enfrenten a otros perros, el carácter de un ser vivo no se encuentra en un catálogo y en gran parte depende de la crianza que reciba. Sea cual sea el motivo, nada justifica dejar a alguien en la calle o en una perrera.