¿Por qué tantas prisas? ¿A dónde queremos llegar?

El daño de un malhadado progreso, consumismo desbordado, productor de basura

  • No nos explicamos el porqué de las prisas que conlleva la vida moderna. Nos obliga a caminar sin mirar lo que nos rodea, nos hace ir más rápido a todos lados, como si la velocidad que le imprimimos a nuestra marcha fuese de capital importancia para nuestra existencia. Todo es rápido, ya no contamos con tiempo para nada y, lo más triste es que ese tiempo con el que no contamos, según el sentir general, lo dilapidamos lastimosamente, dedicándolo a cosas intrascendentes o francamente estúpidas.
  • Los niños actuales, contagiados por los adultos, también viven de prisa y no disfrutan su niñez como lo hicimos nosotros, que nunca pensamos en crecer antes de tiempo y nos preocupábamos únicamente de disfrutar los juegos infantiles y en soñar con la llegada de los Reyes Magos con los juguetes que deseábamos, de jugar con los amigos después de cumplir con las tareas escolares y muchas cosas más, pero nunca quisimos ser mayores cuanto antes. La infancia era tan bella, que tal vez nos dolía el pensar en que tendríamos que dejarla atrás.
INFANCIA ROBADA
  • Desde la más tierna edad, a los niños actuales se les viste como adultos, porque los padres quieren verlos como hombrecitos o mujercitas pequeños. Las mismas criaturas desean verse como los mayores y así las niñas desean que les pinten las uñas, las cejas y los labios, que les tiñan el pelo y les compren ropa igual a las que usan las artistillas de la televisión. Los varones desean ardientemente vestirse también como los actorzuelos televisivos, fumar, ir a bailes, manejar automóviles y sentir el vértigo de la velocidad.


Y los padres consentidores y alcahuetes, para tenerlos contentos y calmados, y poder proseguir con su vida sin los problemas que acarrea una verdadera paternidad, los complacen cumpliéndoles todos sus anhelos y caprichos.

  • Así, los niños actuales mutilan su infancia, no la gozan y por lo mismo, llegan a su deseada adultez sin las bases firmes de una personalidad que se empieza a construir en la niñez, lo que implica una falta de seguridad en sí mismos que, en ocasiones se traduce en traumas o complejos que llegan a desembocar en frustraciones graves que los impelen a las conductas delictuosas, para afirmarse emocionalmente o, lo más doloroso, al suicidio, al no encontrar el sitio que les corresponde en la existencia.
  • Y así, al ritmo de la vida moderna, todos danzamos en este grotesco baile, en el que su celeridad nos hace perder el paso. Todos vamos a pie o en vehículos pegados al teléfono móvil, pues nuestra importancia es tan grande, que no podemos prescindir de él. ¡Ah, qué vida tan triste y tan vacía fue la nuestra en los años cincuenta, sesenta, setenta, ochenta y parte de los noventa, cuando no existían los teléfonos celulares! ¿Será por esa falta que sufrimos, por la que muchos de nuestros coetáneos se están muriendo?
UNA VIDA SUPERFICIAL
  • Pero tampoco podemos comer con calma como antaño, y para evitar esa pérdida de tiempo se inventaron las comidas rápidas, que pueden ingerirse parados o caminando, para no perder ese tiempo, que según el refrán, es oro. ¡No importa que esas comidas no sean nutritivas y que sólo engorden groseramente! El tiempo que nos ahorran bien vale la pérdida de la figura.
  • Los medios de transporte cada día son más rápidos. ¿Qué le hace que podamos sufrir accidentes mortales, si el acortar distancias y horarios es más importante que la vida misma? Hasta para hacer el amor tenemos prisa. Cada día hay mayor número de hombres con eyaculación precoz, pues la velocidad es lo esencial, por ello mucha gente habla de echarse un rapidín.

No importa que el goce sea cuasi inexistente, pues la celeridad es prioritaria, aunque no seamos como los leones cuyos apareamientos, si sólo duran como un par de minutos, se repiten varias veces, uno tras otro.

  • ¿Y qué hacen los adultos con el tiempo ahorrado, capitalizado, merced a sus desaforadas carreras? ¿Lo invierten en algo productivo? ¿Escriben? ¿Pintan? ¿Lo dedican a su familia? ¿Leen buenos libros? ¿Se reúnen con sus amigos para sostener amables y enriquecedoras charlas? ¡No!, ¡qué va! La gran mayoría se va al bar o a la cantina a embriagarse con los cuates. Otros se idiotizan por horas ante el televisor viendo el futbol o las telenovelas. No faltan quienes se encadenen a la computadora para "chatear", platicando intrascendencias, sandeces o chismes de toda laya. Hay quienes también en la computadora, se pasan horas de horas jugando solitarios. 
  •  ¿Y la gente joven? ¡Muy bien, gracias! Ellos, embriagándose en los antros con los cuates, enajenándose frente a los juegos electrónicos de violencia; participando en, o viendo carreras de autos o de motos entre otros sin quehacer como ellos; dedicados a juegos eróticos con sus amiguitas o experimentando nuevas y mayores emociones, que pueden encaminarlos a situaciones antisociales de toda índole, con desenlaces nada felices. ¿Y ellas? Imitando a la perfección a los varones, acompañándolos en todas sus acciones. No importa que en los escarceos amorosos sin ninguna protección, resulten embarazadas o contagiadas de alguna que otra enfermedad adquirida por contacto sexual. Después, como dicen las sagradas escrituras, "será el lloro y el crujir de dientes", tanto de quienes sufran las consecuencias de su desatentada existencia, como de los padres consentidores o alcahuetes.
TIEMPOS AQUELLOS
  • ¡Ah, nuestros años infantiles, cuando no había prisas de ninguna especie! Podíamos jugar a nuestras anchas en la calle, pues no había el tránsito que ahora se padece, y a los autos y camiones de aquella época no los manejaba gente que corriera como desaforada, porque bien sabía que tarde o temprano tendría que llegar a su destino. Todo lo que consumíamos era preparado en casa. Las comidas, aun las más modestas, se elaboraban concienzudamente, eran sabrosas y nutritivas, las cocinaban las madres de familia y se ingerían despacio, sin carreras, pues alimentarse era lo más importante. No había llegado el malhadado progreso a nuestro estado, ni el consumismo desbordado, productor de basura en cantidades exorbitantes. Casi todos los alimentos se envolvían en papel. En los mercados, la carne, el queso fresco y otros productos se despachaban envueltos en hojas de to. En las refresquerías servían en vasos de cristal y los desechables eran de cartón parafinado. Aún no conocíamos el plástico, ese producto no degradable que está contaminando todo el planeta.


  • Inquietos, preocupados más bien, nos preguntamos: ¿Para qué tanta prisa? ¿No sabemos que al final de cuentas, todos llegaremos a la misma meta? En nuestro caso, no queremos apresurarnos, no deseamos todavía alcanzar esa meta que Dios, la vida o la naturaleza nos ha señalado. Deseamos fervientemente vivir los años que nos quedan en las alforjas, de la manera más apacible y feliz que nos sea posible; darle cima a nuestros mejores sueños, amar sin medida y tranquilamente, para que nos resulte más placentero; terminar las tareas emprendidas, escribir los libros que tenemos esbozados o comenzados y dejar una huella aunque sea pequeñita, de nuestro paso por el mundo. Eso queremos nada más, pero nada menos. ¡No, no tenemos ninguna prisa!  (Subtítulos de la redacción)