Un encuentro con la cultura

El 5 de septiembre de 2007 se cumplieron 13 años de la ausencia física de Julieta Campos

A 13 años de su muerte, que se cumplieron este 5 de septiembre, el universo narrativo de la escritora Julieta Campos sigue vigente en las atmósferas donde resuena el mar de su natal Cuba.

Sus novelas Muerte por agua (1965) y Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina (Premio Xavier Villaurrutia 1974) la sitúan como una de las grandes exponentes del nouveau roman en Hispanoamérica, opinan los críticos.

Campos residió en México desde 1955 (año en el que se doctoró en filosofía y letras en la Universidad de La Habana) hasta que perdió la batalla contra el cáncer de pulmón, en 2007. Tenía 75 años.

En 1953 se enamoró de las letras al tener la oportunidad de estudiar un diplomado sobre literatura francesa contemporánea en La Sorbona, en París. En esa ciudad conoció al diplomático mexicano Enrique González Pedrero, con quien contrajo matrimonio y tuvo un hijo, el escritor Emiliano González.

Al respecto, Campos narró ese momento en una entrevista con Ambra Polidori (publicada en el diario Uno más uno el 9 de junio de 1979): “estudiaba en París y tenía 20 años. Me encontré a Enrique González Pedrero, que no se parecía en nada a mí y se parecía mucho. La gente solía creer, al principio, que éramos hermanos. En París, empecé a vivir en México. Vivíamos entre mexicanos. Yo adopté a México antes de que éste me adoptara a mí. Muchas veces, los latinoamericanos descubrimos lo que es nuestro cuando lo miramos desde lejos, y París ha propiciado siempre ese encuentro desde la lejanía, con estos ámbitos nuestros donde la geografía invade y penetra por los poros, donde la palabra telúrico se cae por su peso. Mi encuentro con lo latinoamericano se dio en París y fue doble. En aquel espejo, las imágenes nacionales, la cubana, y la mexicana, reflejaban también su anatomía menos periférica, su identidad más profunda”.

En esa misma charla, la también traductora reconoció que la escritura, como proyecto en su vida, estuvo presente desde el principio de la adolescencia, “como una prolongación casi natural de una avidez que durante la infancia se gestó como afán de lectura; el mar, los cuentos de hadas y las vidas de los mártires cristianos llenaron mis años de niña con espacios fantaseados cuya realidad, sin embargo, desplazaba muchas veces la más inmediata, de la casa y de las cosas. Supongo que sería alrededor de los 12 o 13 años cuando empecé a anotar impresiones en un diario. Puede que haya sido la pérdida de la infancia lo que suscitó aquel primer intento, seguramente muy elemental, de escritura”.

De 1978 a 1982, Julieta Campos fue directora de la sección mexicana de la organización internacional de escritores International PEN.

Trabajó 14 años como traductora al inglés y al francés para las editoriales Fondo de Cultura Económica y Siglo XXI Editores, donde tradujo alrededor de 38 libros sobre política, economía, historia, sicología y sociología.

Fue secretaria de Turismo en el Gobierno del Distrito Federal durante la administración de Andrés Manuel López Obrador.

Escribió las novelas El miedo de perder a Eurídice (1979), Reunión de familia (1997), La forza del destino (2004), además de innumerables ensayos. 

PALABRAS COMO TELA DE ARAÑA

Sobre su primera novela, Muerte por agua, Campos explicó a Polidori que la escribió mientras su madre se iba muriendo: “En ese libro las palabras son como una tela de araña que recoge lo que flota en el aire, lo que podría volar y desperdigarse. Lo que flota en el aire son las vibraciones que emiten tres seres cuyas identidades son difusas, se prolongan más allá de los límites de sus cuerpos e invaden territorios ajenos.

“Un libro suele empezar con el informe deseo de aliviarse de algo y de ponerlo afuera. Curiosamente, eso de lo que queremos aliviarnos nos va a colmar, aunque sólo sea de una manera transitoria, cuando ya esté afuera, objetivado. Pero empieza como una presión que rompe los diques que opone la inercia, la vida que sólo demanda fluir tranquilamente hacia su acabamiento. Una presión que rompe, también, las tentaciones del ocio y su canto de sirenas, el de una lectura gratuita, por el puro placer de leer, como se leía en la infancia, por el puro placer de dejarse saciar sin interrupción por el fluir generoso, y adormecedor, de una lectura pasiva, de un recibir constante".

“Escribir es romper esa inercia. Restablecer una unidad perdida, pero no de una manera pasiva, puramente receptiva”.