Bendita temporada con fervor guadalupano y navideño

El mes de diciembre es el más bonito del año, no obstante que trae recuerdos amargos

Moi Méme.

 

     Para mí el mes de diciembre es el más bonito del año, no obstante que me trae recuerdos amargos como es el fallecimiento de mi señor padre, quien era tan bromista que nos jugó una precisamente el 28 que es el día de los Santos Inocentes en que es tradicional hacer chanzas a familiares o amigos cercanos.

     Cualquiera pensaría que yo me deprimo en esta temporada, pero sucede todo lo contrario porque lo disfruto mucho con las múltiples invitaciones que nos hacen varias amigas de mi esposa. En efecto, tenemos una vecina tan cercana, casi frente a nuestro domicilio, que nos invita todos los años a un rezo en memoria de la virgen de Guadalupe, y una vez concluido nos convida a todos los asistentes diferentes variedades de tamales y demás antojitos. Pero no es ella la única porque a los pocos días somos también atraídos por sendas invitaciones de otras tres familias en fechas diferentes con el mismo motivo religioso.

     También recuerdo todavía con mucha admiración que cuando yo era propietario de un rancho denominado "Madagascar", retornaba a mi casa precisamente al   oscurecer la tarde y me tocaba disfrutar el bello espectáculo de las procesiones de peregrinos que desfilaban a la orilla de la carretera portando velas e imágenes de la virgen morena. Eso es lo que podía yo apreciar a mi retorno de Tapijulapa, disfrutándolo al máximo.

     Igualmente tengo presente que mi padre, siempre muy previsor, quería que mis hermanos y yo tuviéramos la mejor educación, por lo que decidió trasladar nuestro domicilio a esta capital con el propósito de inscribirnos en el Instituto "Luis Gil Pérez", cuya Directora era la insigne maestra Armenia Fernández Díaz, aunque en honor a la verdad, en nuestro pueblo funcionaba una escuela primaria con magníficos profesores, confirmado aquí porque mi padre quería que repitiéramos el año escolar, pero atinadamente las maestras que nos recibieron opinaron que nos harían unas pruebas de conocimiento, obteniendo el resultado de que veníamos bien preparados por lo que nos acomodaron en el año escolar subsiguiente.

      Arribamos aquí en el mes de las posadas, lo que para nosotros como pueblerinos que éramos nos asombraba, pues no estábamos acostumbrados a los nacimientos y arbolitos de navidad, así como a la llegada de los Reyes Magos. Para nosotros todo era novedoso, pero poco a poco fuimos asimilando nuestro cambio brusco de vida y costumbres.

    Ocurría que nuestro padre nos compraba juguetes en cualquier época del año y como nos conocía tan bien a cada uno le obsequiaba lo que sabía que nos gustaba. Por ejemplo, se percató que a mí me gustaba montar a caballo furtivamente, el día menos pensado me dio una agradabilísima sorpresa al comprarme uno pero de verdad con todos sus arreos y me hizo el niño más feliz del pueblo. Naturalmente, yo le correspondía llevándole periódicamente el reporte escolar con las mejores calificaciones. Así ambos nos acoplamos y fuimos muy felices para toda la vida en todos nuestros actos hasta el final de sus días, que como ya lo dejé asentado al inicio de este relato, fue en un mes como el que está transcurriendo.

       Considero que éste es el mejor homenaje que puedo rendirle en su memoria en el mes que tuve la desdicha de perderlo materialmente, porque espiritualmente siempre está acompañándome. ¡Dios te tenga en su santa gloria padre mío! (Dic. 22/25).