Desde la geopolítica

Perú y el conjuro de la vacancia presidencial

Si creen que la silla presidencial mexicana está embrujada, la de Perú puede echar a cualquiera con tan solo un hechizo. Si el Congreso considera que la presidencia está bajo una maldición llamada "incapacidad", se puede iniciar un proceso de destitución, o como le llaman allá "vacancia". Para invocar tal conjuro, hay que reunir al Congreso, suscribir una moción, abrir la Constitución Política del Perú de 1993 y leer el artículo 113, inciso dos. Allí, en letras de tinta oscura se declara que: "la Presidencia de la República vaca por su permanente incapacidad moral o física, declarada por el Congreso".

En Perú, este truco de magia política ha sido aplicado varias veces para sacar de la silla presidencial a su titular. La lista de hechizados contiene varios nombres. En el 2000 Alberto Fujimori quiso renunciar desde Japón, a través de un fax, y el Congreso invocó el artículo 113 constitucional, inciso dos. En 2018, Pedro Pablo Kuczynski prefirió renunciar, antes de pasar por una segunda moción de vacancia. En 2020, el Congreso le aplicó la misma receta a Martín Vizcarra; en 2022, Pedro Castillo corrió con la misma suerte. Y el pasado 10 de octubre se agregó el nombre de una mujer: Dina Boluarte.

Boluarte asumió la presidencia luego de un golpe parlamentario que "vacó" a Pedro Castillo. Cabe resaltar que Castillo ganó las elecciones de 2021 con 8 millones 836 mil 380 votos, por lo que ha sido el último presidente en llegar al poder sin conjuros constitucionales, sino por la vía más limpia: el voto popular. En el caso de Dina, el Congreso votó cuatro mociones de vacancia por: presuntos delitos de corrupción, crisis de inseguridad ciudadana, omisión de liderazgo frente al crimen organizado, y abandono de funciones y falta de transparencia. El resultado de la votación fue avasallante, 122 votos a favor de un total de 130 congresistas, aunque solo se necesitan dos tercios para aprobarla (87 votos). En política hay que tener cuidado con los poderes que se invocan, porque luego pueden ser utilizados en contra. Dina llegó al poder con el conjuro de la vacancia presidencial por "incapacidad" y ese mismo hechizo la sacó de la silla presidencial.

La inestabilidad del poder ejecutivo ha sido una constante en el Perú. Sus gobiernos nacen de promesas y fallecen entre protestas, escándalos de corrupción y el Congreso. En tan solo una década, siete personas han pasado por la Casa de Pizarro: Kuczynski renunció y enfrenta escándalos de corrupción por el caso Odebrecht, Vizcarra fue destituido, Merino renunció a los 5 días por protestas, Sagasti terminó el periodo de transición, Castillo fue vacado, al igual que Dina, y ahora el Congreso ha designado a José Jerí como Presidente Interino.

Jerí tampoco ha tenido un comienzo favorable, ha sido señalado por escándalos de corrupción, enriquecimiento ilícito y violencia sexual y de género. Esto ya ha generado amplias protestas, como la Marcha Nacional y la manifestación convocada por la llamada "Generación Z", que por cierto, ha liderado protestas masivas recientes en Nepal, Bangladés, Marruecos, Madagascar, Indonesia, Kenia y Filipinas, ¿será acaso que las juventudes ya están despertando?

Volviendo a Perú, la configuración de su sistema político permite que el poder legislativo se imponga ante el poder ejecutivo, mediante el conjuro de la vacancia presidencial. Se entiende que la "incapacidad física" sea motivo suficiente y razonable para "vacar" a la presidencia, pero la "incapacidad moral" es un tanto ambigua, subjetiva y ha sido utilizada como herramienta política para sacar presidentes, aún cuando estos han llegado por la vía del voto, como el caso de Castillo.

Montesquieu en el "Espíritu de las leyes" sugirió la división de poderes para evitar los males del poder absoluto, y así nació la idea de un poder legislativo, uno ejecutivo y uno judicial. Luego, James Madison perfeccionó ese modelo con el principio de "pesos y contrapesos" ( checks and balances, por su nombre en inglés), para que los poderes se vigilen y limiten entre sí mismos. En teoría, el Congreso de Perú vigila a la Presidencia en virtud de ese principio de pesos y contrapesos, no obstante, en la práctica ha resultado en un desequilibrio de poder, en el cual, la voluntad de 130 congresistas se puede imponer a la voluntad de millones de personas que eligieron un presidente. Cuando esto sucede, el hechizo deja de ser un conjuro político y se convierte en una maldición democrática que afecta la estabilidad del gobierno.

En una democracia, quien debe tener la última palabra es el pueblo. Ese es el poder supremo que vence artificios políticos. La historia del Perú evidencia que en los últimos años, ha sido el Congreso quien tiene la última palabra, pero veremos qué opina el pueblo el próximo el 12 de abril de 2026, cuando se realicen elecciones generales.