Bajo una bandera negra con calavera pirata, la generación "Z" se ha movilizado en distintas latitudes con la misma energía, pero no con las mismas causas. Marruecos, Serbia, Nepal, Bangladesh, Filipinas, Kenia, Madagascar, Indonesia, Perú y Timor-Leste son algunos de los países donde las juventudes han encabezado protestas con demandas claras y urgentes.
La fuerza mediática del fenómeno ha llevado a pensar que existe una única gran "revuelta global centennial". Pero eso sería un error: aunque la Gen Z comparte desigualdad, incertidumbre económica, precarización y frustración con la clase política, cada país tiene sus propias heridas, y cada marcha responde a su propio contexto.
En 2022 en la Aragalaya de Sri Lanka, el pueblo se levantó por la crisis económica devastadora y contra la corrupción y el nepotismo de la familia Rajapaksa. Gotabaya y Mahinda eran Presidente y Primer Ministro, respectivamente. Eso sumado a una alta inflación, cortes de energía por falta de combustible y que el país se declaró en impago de la deuda externa, por primera vez, llevó a la renuncia de los hermanos Rajapaksa.
En Kenia del 18 de junio al 8 de agosto de 2024, las juventudes protestaron contra la Finance Bill, una ley que aumentaba los impuestos en productos básicos como el pan y los combustibles. Esa subida de impuestos incrementaría la inflación del país y en consecuencia, el costo de vida, por lo que las juventudes no tuvieron más remedio que salir a protestar.
Madagascar, por su parte, vivió marchas entre septiembre y octubre de 2025 por razones igual de básicas como devastadoras: agua, luz y empleo. Un país donde la crisis de servicios públicos terminó por erosionar la legitimidad presidencial de Andry Rajoelina.
En Marruecos, en pleno régimen monárquico, las juventudes protestaron contra el contraste entre megaproyectos —como estadios para el Mundial— y un sistema de salud debilitado. Una brecha simbólica que retrata con crudeza las prioridades de Estado frente a las prioridades sociales.
En Indonesia, el costo de la vivienda fue la gota que derramó el vaso. La presión juvenil obligó al presidente a reemplazar ministros clave de Economía y Seguridad. En Perú, la acumulación de crisis políticas —presidentes destituidos en serie, congresos enfrentados con la ciudadanía— derivó en protestas contra la corrupción y la inseguridad. La calle se volvió un recurso para exigir estabilidad política, no solo económica.
El caso de Nepal ha sido el más icónico. En un país con alto desempleo, prohibir o censurar redes sociales no solo era un ataque político: era desconectar a miles de jóvenes migrantes de sus familias, ya que estas eran su única vía de comunicación. A esto se sumaron videos de hijos de políticos exhibiendo riqueza en un país empobrecido. La percepción de injusticia se volvió explosiva. Una juventud sin empleo, sin oportunidades y sin futuro percibido decidió que no tenía nada que perder. Y ganó.
DEMANDAS, PROGRAMAS SOCIALES, REZAGOS
¿Y en México? La Gen-Z es mayoritaria también, con la gran diferencia de que en el contexto político mexicano, los partidos de oposición están buscando una nueva bandera a de la cual agarrarse para revivir. Las marchas de la Gen Z en México ocurren en un tablero de ajedrez político diferente al de los otros países.
En países como Nepal o Bangladesh, las marchas se realizaron contra las élites políticas que llevaban décadas gobernando. Aquí en México, el partido en el poder solo lleva 7 años. Aquí es la oposición —derrotada electoralmente y en busca de una nueva narrativa— quien intenta usar el descontento juvenil como bandera para reconstruir su identidad política.
Es decir: aquí, la coyuntura no nace de una crisis estructural como el default de Sri Lanka, los apagones masivos de Madagascar o la censura a redes sociales de Nepal. Surge más bien de una disputa por el significado del momento político mexicano.
No niego que haya problemas que falta resolver, por ejemplo, el abasto de medicinas. Pero hay que analizar el contexto mexicano, en donde en sexenios anteriores, 10 empresas tenían el monopolio de medicamentos para el gobierno. Romper una oligarquía no es sencillo.
Otro ejemplo, la inseguridad y el narcotráfico. Los programas sociales tienen la intención de mitigar la atracción del crimen organizado, pero no es tan sencillo acabar con esto cuando tenemos de vecino al principal consumidor de narcóticos. Y así podemos enumerar varios problemas, pero México debe analizarse por sus particularidades y no se puede entender sin considerar la historia del país y sus condiciones históricas.
En México, los programas sociales han servido como catalizador para mitigar el impacto de la desigualdad. Los datos lo dicen, la población en situación de pobreza disminuyó en 13.4 millones de personas entre 2018 y 2024. La transformación del país está avanzando.
Esto no significa que todo sea miel sobre hojuelas, obviamente hay temas pendientes, pero en definitiva no estamos en la misma situación que originó las protestas de Nepal, Bangladesh, Madagascar, Sri Lanka, Marruecos y Perú. Una prueba de ello es que en México, la presidenta Claudia Sheinbaum tiene una aprobación del 72%, según los datos de la encuesta de QM Estudios de Opinión y Heraldo Media Group.
Sí, hay descontento, pero no al nivel de Nepal. Las protestas de la "Gen Z" en México no fueron generacionales, fueron multisectoriales y plurales. Se mezclaron con el tema de Carlos Manzo y la crisis de salud pública. Inclusive, grupos activistas de izquierda convocaron a una marcha diferente, para evitar que la derecha tomara la bandera de la Gen Z.
Hay mucho que atender, sí, no lo niego. Pero hay que atenderlo y entenderlo desde nuestras condiciones mexicanas, y sobre todo, con el corazón y la mente a la izquierda.