El cerrito “encantado”, un lugar de duendes que marcó mi infancia

Cómo han cambiado esos lugares donde crecimos. Recuerdo el campo que usábamos para correr, jugar béisbol, y a un lado, un cerrito lleno de árboles donde nos escondíamos, e incluso, cuando nuestros padres querían castigarnos

Cómo han cambiado esos lugares donde crecimos. Recuerdo el campo que usábamos para correr, jugar béisbol, y a un lado, un cerrito lleno de árboles donde nos escondíamos, e incluso, cuando nuestros padres querían castigarnos.

A veces siento el polvo en la cara de ese terreno. Porque en serio que se armaba una polvareda. Siento ese calor, pero igual las risas de mis compañeros (vecinos) al momento de querer encumbrar un papalote y éste no se dejaba.

En ese mismo campo jugamos canicas, trompo, futbol, toca-toca, encantado, es lo que se me viene ahora a la mente.

Tendríamos tal vez entre nueve y once años. Y éramos hombres y mujeres. No existía distinción. Llegábamos de la escuela, y por las tardes nos reuníamos como toda una pandilla de chamacos deseosos de diversión.

Esa parte de la colonia (Guadalupe Borja) hoy está enmontada. Se convirtió en un enorme potrero. Jamás supimos quién o quiénes eran los dueños. 

Lo único que se quedó para siempre fue el “encanto por los duendes”, un dicho de doña Manuelita, la señora que nos ensalmaba para alejar los miedos, o nos palagueaba por si no queríamos comer. Además de ser la encargada de preparar las purgas. En la actualidad todavía vive.

Cómo borrar de la memoria los fines de semana cuando por las mañanas pasaban por mí, y nos íbamos a buscar balas enterradas. Según don Miguel decía que el cerrito sirvió por algún tiempo como base de tiro para los soldados.

Y en efecto: siempre encontrábamos un proyectil adentro de la tierra. Pero la sorpresa más grande se dio cuando María descubrió una pequeñísima vasija. Era de barro. Al final no supimos qué pasó con ella.

Varias veces se intentó de derrumbar el cerrito, pero siempre se habló de su “encanto”, y nunca pudieron vencerlo... Decían que una fuerza poderosa lo protegía.

Se habló de construir unos condominios. Luego de hacer un parque. De darle vida como un rancho o centro ecológico. Al final, nada. El cerrito permanece. 

El campo está lleno de maleza. Por él atraviesa un riachuelo donde toma agua un caballo. Y las veces que he pasado por esa zona veo con nostalgia y alegría que ahí estuvo parte mi niñez.

De los compañeros me enteré hace unos días que uno de ellos murió de coronavirus, otros se casaron y se fueron de la colonia, como lo hizo mi familia.

Atrás quedaron los juegos de vecindad, eso que mis hijos no conocen. Atrás quedó ese lugar lleno de anécdotas e historias. Emblemático para nosotros.

Si algún día pasan por ahí, tal vez logren escuchar risas, llantos, gritos o ruidos de pisadas. Quizás sean nuestros ecos. Nuestros momentos. Esos que ni la lluvia detenía porque igual salíamos a mojarnos para alegrarnos el día.

Del “encanto” o los duendes nunca me dieron miedo. Salvo en una ocasión que salí corriendo porque oí llorar a un niño, en realidad eran dos gatos peleando. Un primo los descubrió cuando a palo apartó el monte. Eso causó risas y burlas. 

 

PARÉNTESIS

Un 16 de enero nació el escritor Carlos Pellicer Cámara. En los muros de varios cibernautas le recordaron. ¡Muy bien!, pero lo mejor no es tanto recordarlo de esa forma, ¡es leerlo!, y entender su poesía como un legado de nuestro propio Tabasco. (kundera_w@hotmail.com)