Como en la legendaria novela de Emilio Salgari "El León de Damasco", donde musulmanes y cristianos se enfrentan por ideales, credos y poder, Tabasco vive su propia leyenda contemporánea.
En esta tierra cálida, fértil y contradictoria, el escenario no es el desierto sirio ni el arenal del Medio Oriente, sino la selva convertida en campo de batalla política. Y entre las sombras de viejas estructuras partidistas, emerge un personaje central: Javier May Rodríguez, el gobernador, el León de Tabasco.
Durante décadas, los priistas y perredistas, al estilo de los antiguos bandos de Salgari, se disputaron el control del estado como si se tratara de un botín eterno. Sus diferencias no eran solo ideológicas, sino también culturales y personales, con lealtades sembradas más en el oportunismo que en el compromiso con el pueblo.
Mientras los cristianos y musulmanes de Salgari guerreaban por la fe y el territorio, estos partidos libraron su cruzada por el poder, el presupuesto y los favores políticos.
Pero llegó una nueva corriente, fuerte, llamada la Cuarta Transformación, y con ella un navegante testarudo, de voz sincera y convicciones fuertes: Javier May.
No es un héroe adornado con discursos vacíos ni un caudillo de papel; es un hombre que rema contra corriente, que se enfrenta no solo a los adversarios de otros partidos, sino también a las traiciones internas y a los fantasmas del pasado que aún habitan en las instituciones.
A diferencia de sus enemigos políticos, muchos de ellos priistas y perredistas curtidos en el arte del desvío, el amiguismo y la corrupción, May ha optado por el camino de la calle, del contacto directo, de la comunidad.
Lo mismo se le ve en la zona indígena que en una ranchería inundada o en un ejido olvidado. Anuncia proyectos, escucha demandas, empuja soluciones. No gobierna desde el aire acondicionado de un despacho, sino desde el lodo, el sol y la necesidad.
- Pero su valentía no ha estado exenta de adversidades. Los priistas, herederos de un poder casi eterno en Tabasco, no han sabido ceder. Con lealtades personales a exgobernadores y jefes políticos que aún tiran de los hilos del partido, actúan como si el estado les perteneciera. No buscan diálogo ni reconciliación; quieren reconquistar Tabasco a cualquier costo. Y en esa embestida, lanzan todo tipo de ataques: mediáticos, sociales, violentos. Buscan desestabilizar el barco que es Tabasco, generando turbulencia, zozobra y desgobierno.
Y sin embargo, como en toda buena novela de Salgari, en medio del caos también brotan los valores humanos. La solidaridad del pueblo tabasqueño crece, se fortalece y resiste. Aunque la confusión se instala, aunque los rumores intentan minar la esperanza, hay un sentido de dignidad que se niega a desaparecer.
Hoy, el León de Tabasco no es un personaje ficticio. Es un gobernador que, con errores y aciertos, defiende los ideales de un movimiento que busca transformar el país desde abajo y con la gente. Los enemigos son reales, la lucha es dura, y los intereses en juego, poderosos. Pero la historia no está escrita.
Y como en los relatos de Salgari, esta historia no se define por la sangre azul ni por los linajes del poder, sino por el valor, el coraje, la astucia y la integridad de quienes se atreven a cambiar el destino. Y en Tabasco, ese destino aún se está escribiendo.
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