En noviembre de este año, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) publicó proyecciones recientes que indican que la demanda global de petróleo podría continuar aumentando hasta 2050, siempre que las políticas energéticas actuales sigan influyendo en los ámbitos financiero, operativo y económico de los países productores. Como consecuencia, el consumo podría superar los niveles actuales ante la ausencia de alternativas energéticas capaces de sustituir el rol integral que el petróleo desempeña a nivel mundial.
Ante este escenario, se prevé la aparición de un nuevo mercado para el petróleo crudo en 2026, donde las incertidumbres dejarán de influir significativamente en el precio del barril. Dichos factores fueron empleados por OPEP+ en años recientes para intentar mantener el control sobre la producción mundial y los precios.
Sin embargo, esta estrategia no produjo los resultados esperados frente a una nueva política comercial e intercambios económicos implementados por Estados Unidos en 2025, los cuales modificaron significativamente la dinámica de las balanzas comerciales.
Por este motivo, Estados Unidos ha diseñado una estrategia económica compuesta por tres pilares: energía (combustibles fósiles), comercio (aranceles) e inversión (inversión directa extranjera). La combinación de estos elementos busca generar ingresos que permitan reducir el déficit presupuestario, disminuir la deuda pública y asegurar los recursos financieros necesarios para el desarrollo de tecnología energetica avanzada, con el objetivo de mantener su posición estratégica a nivel internacional y respaldar a sus aliados.
Antes de 2015, Estados Unidos dependía de países del Medio Oriente y Rusia para abastecerse de petróleo crudo y gas, insumos esenciales para sus refinerías y su economía. En 1973, el país implementó una política pública energética orientada a reducir la dependencia externa. Este objetivo se logró con el desarrollo de los campos de shale, lo que permitió aumentar significativamente la producción nacional de hidrocarburos. Como resultado, tras 42 años, Estados Unidos comenzó a exportar petróleo y gas, posicionándose como el principal productor mundial de hidrocarburos.
El fortalecimiento de Estados Unidos generó una amenaza para la estabilidad del mercado petrolero, ya que numerosos países del Medio Oriente dependen principalmente de los ingresos provenientes de la exportación de petróleo crudo; tal es el caso de Irán, donde estos ingresos representan entre el 60% y el 70%. En respuesta a esta situación, en 2016 surgió el grupo de países OPEP+, cuyo objetivo principal es contrarrestar la influencia estadounidense y evitar que tenga un peso predominante en la fijación del precio del barril.
Actualmente, el país registra un consumo superior a los 9 millones de barriles diarios de gasolina y 4 millones de barriles diarios de diésel, exporta más de 3 millones de barriles por día e incrementa el procesamiento de crudo ligero (WTI) en sus refinerías. Ante este panorama, la OPEP+ no logró cumplir sus objetivos.
Para fortalecer su estrategia energética, arancelaria y de inversión, se requiere capital, objetivo que ya han comenzado a alcanzar mediante la comercialización de petróleo, gas natural licuado y productos derivados. Esta decisión responde a la demanda global sostenida, impulsada por la ausencia de una política efectiva y los desafíos financieros asociados a la transición energética hacia fuentes no fósiles. Así lo confirman las proyecciones más recientes de la Agencia Internacional de la Energía.
La Administración de Información de Energía de los Estados Unidos (EIA) confirma la hegemonía prevista en el sector, resaltando especialmente el aumento sostenido en la producción de petróleo crudo en los últimos años. Para 2026, se proyecta una producción de 13.5 millones de barriles diarios, resultado del incremento estimado de 300 mil barriles por día en 2024 y de 400 mil barriles adicionales en 2025, impulsado principalmente por el crecimiento de la producción en la Cuenca Pérmica, ubicada en Texas y Nuevo México.
La Administración de Información Energética (EIA) proyecta que el precio del crudo WTI producido por los operadores estadounidenses promediará 65 dólares por barril en 2025 y 51 dólares por barril en 2026, ambos valores menores al promedio previsto para 2024, que es de 77 dólares por barril.
Ante este escenario, surge la interrogante sobre la sostenibilidad de la producción estadounidense, ya que para mantener los niveles actuales es necesario perforar entre 10,000 y 12,000 nuevos pozos cada año. Los productores requieren distintos precios del WTI para alcanzar la rentabilidad; según Dallas Fed. El costo promedio ronda entre 60 y 65 dólares por barril para la perforación de nuevos pozos, aunque esta cifra varía en función del tamaño y la ubicación de la empresa. Por su parte, los pozos existentes —que solo exigen operaciones de mantenimiento o reparaciones— pueden cubrir sus costos operativos a precios más bajos, habitualmente entre 30 y 45 dólares por barril.
No obstante, esta situación no representa un inconveniente para el gobierno de los Estados Unidos, ya que su impacto podría manifestarse en el corto o mediano plazo según lo señalado anteriormente. Continuará. – Grupo Caraiva – Grupo Pech Arquitectos