Fracasaron en las urnas. Fracasaron en los tribunales. Fracasaron
también en las calles. Muy poco les han redituado los miles de
millones de pesos que, para destruirlo, han invertido en estos
últimos tres años.
Pese a todos sus esfuerzos y aun a pesar de contar con la más formidable y
compleja maquinaria mediático/propagandística de la historia, “apenas
han logrado quitarle una pluma a nuestro gallo” —como le dijo Benito
Juárez a Guillermo Prieto, después de la aplastante derrota sufrida por las
fuerzas liberales en Salamanca—.
Ahí sigue en Palacio Nacional Andrés Manuel López Obrador.
Ahí están firmemente establecidos y con rango constitucional los
programas del bienestar que tanto irritan a la derecha.
Ahí continúa la construcción acelerada de las grandes obras de
infraestructura que quisieron parar a toda costa.
Ahí avanza, cumpliendo con los objetivos previstos y contra todos sus
pronósticos apocalípticos, la campaña de vacunación.
Ahí están Morena y sus aliados en 17 gubernaturas, con mayoría en el
Congreso federal y 19 legislaturas estatales.
Ahí está también —eso les duele mucho a los intelectuales orgánicos que
consideraban a López Obrador un dirigente rústico y provinciano— una
relación estrecha, constructiva y respetuosa de nuestra soberanía con el
gobierno de Estados Unidos. Primero con Trump, lo que se antojaba
imposible; luego con Biden, lo que daban por hecho sería un fracaso
estrepitoso para el tabasqueño.
Ahí vienen ya las dos reformas constitucionales que devolverán la
soberanía energética a la nación y una más que dará por terminado el
control férreo que el viejo régimen tenía —y aún conserva— sobre el
sistema electoral mexicano.
Y ahí está la gente; esa mayoría entre la cual, a lo largo y ancho de todo el
territorio nacional, se mueve como “peje” en el agua López Obrador, ya
sea viajando en aviones comerciales o a ras de tierra y sin la “protección”
del Estado Mayor presidencial.
Ni por las buenas, ni por las malas han podido los conservadores con
López Obrador. Intentarán ahora el peor de los caminos.
Más intensas y masivas que nunca serán sus campañas de propaganda
negra; infestarán los medios y las redes de mentiras para sembrar el miedo
y desatar el odio.
Así como apenas iniciado el sexenio lanzaron a policías federales a
bloquear el aeropuerto, recurrirán ahora a todos los sectores bajo su
control, utilizarán a los gaseros para tratar de paralizar a la CdMx y a
contingentes de trabajadores para detener las obras de infraestructura.
Quieren obligar a las fuerzas federales a emprender acciones represivas.
Manteniéndose —como siempre— a salvo, los dirigentes de la derecha
conservadora quieren que otras y otros resulten heridos y muertos en las
calles.
Suyo será, en el colmo de la hipocresía y mientras intentan imponer el
caos en el país, el discurso aparentemente democrático y apegado a la
legalidad.
Si realmente quisieran sacar al Presidente por las buenas, si tuvieran la
fuerza política para hacerlo, aprovecharían la revocación de mandato y se
lanzarían masivamente a las urnas.
No pueden, no saben, no quieren. Les gana la rabia y la urgencia, solo les
interesa volver —a cualquier costo— por sus fueros. Y aunque se
equivocan porque no toman en cuenta que la transformación ya es
irreversible, en una cosa tienen razón: hemos llegado al punto de
inflexión, la batalla política decisiva está por librarse en este país.
Epigmenio Ibarra
@epigmenioibarra