Estoy en una noche muy grata en la Ciudad de México; es el Jardín Centenario del centro de Coyoacán y entro al Sanborns; tengo un leve retraso y ya en una mesa del restaurante me espera mi amigo de tiempos universitarios en la UNAM, Ulises Canchola Gutiérrez. Nos saludamos con gran alegría. Una vez iniciada la conversación ambos reconocemos que la amistad es uno de los muchos milagros de la vida humana que, por cotidianos, damos por sentados sin reparar en su intrínseca magia, pues Ulises vive en Teherán, en la República Islámica de Irán, es embajador del gobierno de México, y yo por ahora, resido en Villahermosa, Tabasco.
Es increíble que nos reunimos dos veces al año, cada vez que mi amigo el embajador toma sus obligadas vacaciones y viene a México y yo hago mis habituales estancias en la capital. Él me llama la atención sobre lo siguiente: pese a residir en ciudades tan distintas y distantes, a miles de kilómetros uno del otro, convivimos con mayor frecuencia que aquella con que se reúnen amigos cercanos que residen en la misma ciudad. Ya no insistimos mucho en que la Ciudad de México disuelve los vínculos personales.
Para la presentación de sus cartas credenciales ante el presidente Mahmud Ahmadinezad y el máximo líder del Consejo Supremo Alí Jameneí, de la República Islámica de Urín, Ulises estudió persa, de forma meticulosa para pronunciar su discurso. Seguro que cuando los allí presentes lo escucharon hablar en un farsi impecable con acento mexicano, se complacieron mucho de que un embajador extranjero se tomara el tiempo para rendir homenaje a la lengua persa de raíces y cultura muy hondas.
En la UNAM de finales de los años 90 del siglo vigisémico hicimos, junto con un grupo de notables compañeros, una revista muy rica en contenidos y muy pulcra en su diseño que se llamó Renglón. En realidad, yo era apenas un invitado. En aquel conflictivo tiempo –igual que los actuales solo que con otros protagonistas- Ulises escribió un artículo largo o ensayo corto en defensa de nuestra Universidad que tituló Desdémona y la UNAM. Tomó como metáfora comparativa al trágico personaje shakespereano de Otelo. Ese texto fue comentadísimo, ya que Ulises escribió con una audacia literaria que nos rebasó a todos sus amigos de la revista. Unos estuvimos a favor de su interpretación y otras en contra, pero nadie quedó indiferente.
Antes de continuar quiero decir algo sobre la trayectoria del Embajador Canchola: Es miembro del Servicio Exterior Mexicano desde 1993. Se licenció en Derecho en la UNAM con los honores de Suma Cum Laude en 1990. Y posteriormente hizo una Maestría en Derecho y Diplomacia en la Fletcher School of Law and Diplomacy, de la Universidad de Harvard. En la actualidad es Representante Especial para Tecnologías en la SRE.
Ulises es un diplomático puro. Yo lo ubico en la línea de dos grandes de la diplomacia mexicana: mi admirado Jaime Torres Bodet, un hombre extraordinario que dedicó su vida a servir a México; y mi maestro Fernando Solana Morales, un hombre multifacético, dueño de muchos y variados saberes.
Estos tiempos que corren de la 4-Transformación son en buen sentido tiempos revolucionarios; y toda revolución es agitada, implica ruptura y malentendidos; por ello, en ocasiones, se improvisa y ello acarrea confusión y malestar. De ahí que gente muy formada y auténticos sabios en su materia, no se aprovechen tal como debe ser. Esto constituye una falla grave.
La representación de México es, en términos tales, una representación sagrada. Sí, uso con conciencia un término religioso. Representar a México no puede ser con conductas extravagantes ni con diplomáticos falsos e ignorantes.
Termino mi texto con alegría, pues con mi amigo –pongo a un lado su título de embajador Ulises Canchola, comparto una afición de mucho espíritu: la poesía de Fernando Pessoa, el gran portugués de vida sencilla y burocrática.
Un poeta de heterónimos pues en su vida terrena habitaban varios hombres; así de grande debió ser su vida interior. Seguro estoy que dentro del gran diplomático que es Ulises Canchola vive un poeta sereno y tranquilo, de inédito verbo superior; se lo digo mientras caminamos por la verdinegra noche de Coyoacán, y muy lejos está Teherán y menos lejana, Villahermosa.