* Servicio público, problemas cotidianos: a la sombra, para no molestar
* Historias de Apatzingán: ética de servicio a la nación, patente y potente
* Torceduras del siglo XIX, de Altamirano a don Porfirio: Zapata y la silla
LA ACTUALIDAD POLÍTICA, rica en conflictos y escándalos, no propicia reflexiones sobre el ejercicio de gobierno y los servicios públicos que deben ofrecerse por igual a los ciudadanos. Esta Escala surge de la perplejidad por la multiplicación de amagos políticos y acusaciones que -sin pruebas fehacientes- circulan en espacios mediáticos. Peculiares son los tiempos periodísticos del siglo XXI: el escándalo ´vende´, mientras se ausentan las reflexiones sobre cómo mejorar el servicio público.
En las ideas que a continuación se comparten, mucho tiene que ver el texto ¿Siervos de la nación? Del investigador Alejandro Rosas Robles (Letras Libres, julio de 2000).
AIRES DE APATZINGÁN
DURANTE LA GUERRA por la Independencia de México se promulgó la Constitución de Apatzingán (1814), que no pudo aplicarse. Véase, por su idealismo y responsabilidad ética, el artículo 52: "Los servidores públicos deben gozar de buena reputación, patriotismo acreditado con servicios positivos, y tener luces no vulgares para desempeñar las augustas funciones de este empleo". El significado de la palabra augusta es "que infunde o merece gran respeto". Más interesante es el artículo 120, que consideraba Delito de Estado "la dilapidación de los caudales públicos". Algo presentía, sobre la historia del México independiente, la Constitución de Apatzingán.
Con excepción de Antonio López de Santa Anna, "los primeros presidentes de México -escribió Manuel Payno- continuaron viviendo en una especie de simplicidad y pobreza republicanas a que se acostumbró el pueblo." Ganaban 36 mil pesos anuales y de esa suma pagaban su propia manutención y la de su familia". No había partidas secretas, ni viáticos abusivos, ni compensaciones por debajo del agua.
Sin embargo, la austeridad y la honradez no eran suficientes para gobernar con eficacia. Véase un apunte del periodista liberal Francisco Zarco: "uno que otro presidente suele dar audiencia al empezar a gobernar; después, se cansa de oír una misma cosa y se declara incomunicado". ¿Qué sería esa misma cosa que cansa?
Como Magistrado de la Suprema Corte, sueldo de 333 pesos mensuales, Ignacio Manuel Altamirano escribió: "No tengo remordimientos. Estoy pobre porque no he querido robar". ¿Qué ocurría en el siglo XIX con la noción de servicio público? Se tomaba en serio, como elemento fundamental de la ética ciudadana. Plantea Alejandro Rosas Robles: "aquellos hombres entendieron el significado de la palabra ´mandato´, otorgado por el pueblo para dirigir con inteligencia, prudencia y acierto los destinos del país". Ese mandato no daba licencia para servirse con la cuchara grande. Al revés.
DERRUMBES DE UN IDEAL
LAMENTABLEMENTE, del grupo neoliberal surgió el General Porfirio Díaz y el Porfiriato. Véase el retrato que hizo don Porfirio sobre los servidores públicos de su tiempo y el giro que dieron las cosas: "Los mexicanos están contentos con comer desordenadamente antojitos, levantarse tarde, ser empleados públicos con padrinos de influencia, asistir a su trabajo sin puntualidad, enfermarse con frecuencia y obtener licencias con goce de sueldo, divertirse sin cesar, gastar más de lo que ganan y endrogarse para hacer fiestas onomásticas. Los padres de familia que tienen muchos hijos son los más fieles servidores del gobierno, por su miedo a la miseria; a eso es a lo que tienen miedo los mexicanos de las clases directivas: a la miseria, no a la opresión, no al servilismo, no a la tiranía". Estamos muy lejos del ideal liberal del siglo XIX y de Apatzingán. Afirma Rosas Robles: "bajo la célebre máxima de ´poca política, mucha administración´, Porfirio Díaz enterró la importante tradición decimonónica del servicio público eficiente, honesto e independiente en todos sus niveles".
NO SE SIENTE
EN 1914, LOS EJÉRCITOS de Pancho Villa y Emiliano Zapata entraron a la ciudad de México. Es famosa la fotografía de Villa sentándose en la silla del Águila, la silla presidencial. Zapata no quiso hacerlo. Sus palabras sobre la silla del Águila todavía representan un enigma político para la modernidad mexicana: "La silla presidencial está embrujada. Cualquier persona buena que se sienta en ella, se vuelve mala". Habló Zapata con la cultura campesina del sur profundo. En la fatalidad política que enunció, aparece el servicio público como necesidad que no importa a la política palaciega. El eficiente ejercicio de gobierno, el servicio burocrático con objetivos de bienestar, no son prioridad de los políticos que obtienen el poder. Quizás por esa razón Zapata expresó que la única alternativa del país era "quemar la silla". La metáfora zapatista apunta a combatir la idea de la política y el gobierno como depredadores de los recursos públicos y trituradores de la ciudadanía.
Prioridad: gobierno sin camiseta partidista.
La eficacia en el gobierno no depende de símbolos, desde luego. Toca a los ciudadanos del siglo XXI pensar más allá de la silla presidencial. Aunque también toca a los servidores públicos, de cualquier nivel, meditar en el sentido comunitario de sus tareas. (vmsamano@hotmail.com)