fragmentos literarios

UN PORTAL FRENTE AL MAR

Julieta Campos, fragmentos literarios

Nació Julieta Campos de la Torre en La Habana, Cuba, un 8 de mayo de 1932. Conoció a Enrique González Pedrero durante su estancia en París, Francia. En 1955 se trasladó a México y contrajo matrimonio. En 1983 se estableció en Tabasco junto a su esposo, quien asumió la gubernatura del estado. Se destacó Julieta Campos por su labor social. Murió el 5 de septiembre de 2007 en la Ciudad de México, a los 75 años, después de una gran lucha contra un cáncer de pulmón. Ayer, en homenaje por el aniversario de su natalicio el Foro Cultural Viva-SIT realizó un encuentro literario-musical.  En su memoria se leyeron algunos fragmentos de obra, algunos de los cuales reproducimos.

UN PORTAL FRENTE AL MAR

Julieta Campos

1.-Quizás el ruido del mar fue uno de los primeros que oí. La familia vivía muy cerca del malecón, es decir, del mar abierto donde el oleaje rompe violentamente y parece siempre a punto de invadir la calle y la ciudad. Mi infancia estuvo marcada por el mar. De la mano de mi padre recorría ese borde marino de La Habana que entonces me parecía tan largo, infinitamente largo, caminando y a veces corriendo sobre el muro de contención que separaba la calle de los arrecifes. Y con mi madre iba a nadar a aquellas piscinas, construidas entre arrecifes, donde se bañaban por un lado las mujeres y por otro los hombres. Jugaba, buena parte del día, en un portal frente al mar. A lo lejos iban y venían barcos y yo sabía, además, que uno de mis abuelos había sido marino y que mi padre había venido del otro lado de aquel mar. Mi padre nació en Cádiz. Hace apenas unos años estuve allí y sentí una emoción absolutamente infantil cuando me paré en un muelle, frente al mar y recuperé, idéntica, mi sensación frente al mar de La Habana. Pero el mar era también la muerte: había traído, desde New York, el cadáver de mi otro abuelo, que murió allí de pulmonía.

2.- Después de llover, de repente salía el sol al mediodía. Los contornos de las casas, de los árboles, las torres y las cúpulas más altas se dibujaban en la reverberación de esa luz. Un vaho, que alteraba los ritmos de la respiración, subía del asfalto de las calles. La gente caminaba como si cada cual llevara todo el sol en la espalda. Había poca gente en la calle. Las aceras se volvían muy largas, interminables e inútiles, desiertas, aplastadas fatigosamente por la luz, por el calor. La luz derretía los colores y la ciudad confundía y mezclaba sus aristas a la vez que se separaba del mar, se sumergía en las estrías de los reflejos solares, se levantaba un poco del suelo y se quedaba allí suspendida, entre el vaho y el sol. Nadie recibía los golpes de frescura, las bocanadas de aire que salían de los zaguanes. Nadie se acercaba a los círculos de sombra que hacían los árboles, tan escasos, de las avenidas. La ciudad se aletargaba. Se olvidaba de sí misma, se borraba, se desvanecía. Se aplastaba como un insecto de muchos colores, muerto y recubierto por un tenue polvillo amarillo. No había huellas de humedad, ni traza de la lluvia que había rebosado las azoteas, los patios y las calles. Se habían tragado toda el agua y volvían a estar resecos, a la expectativa. El mar, reducido a su ámbito, era un gran estanque que se ondulaba apenas, de cuando en cuando. La ciudad caldeada, ardiente, no era más que una ciudad irreal, la ciudad imaginada de un espejismo.

3.-De esa naturaleza tomaron los hombres lo que les hacía falta para recogerse en el cobijo de la casa, reproducción del regazo materno. La palma real, el jahuacte y la caña brava aportaron los setos; el tinto y el chipilcoíte los horcones; el tatuán, el mangle rojo y el popiste el artesón y el huano de corozo el techado. Para que escurra la lluvia ha de ser muy inclinado el techo, casi vertical. El arco falso de los antiguos mayas se cumple en la estructura. Sirve, el tapanco, de granero y alacena: guarda maíz, frijol y arroz pero también manteca y tabaco. Un palo de guarumo, con muescas a manera de escalones, permite el acceso. Sobre el fogón se preservan, ahumados, el plátano y la naranja, la papaya, el mango, la carne salada. El yahual recibe tortilla y totoposte, pelota de pozol y chocolate. Sobre el comal se ahúman jícaras, cajetes y apastes.

4.-Madera, fibras naturales, barro, tratados con un estilo de escueta y arcaica elegancia contrastan con el uso violento, afiebrado, salvaje del color que exterioriza una ávida fruición de disfrute y placer por la vida. Detrás de unas y otras manifestaciones hay una fuerza visceral, comparable a la efusión que despliega la naturaleza en la tierra acuática de Tabasco. (Tomados de Muerte por Agua y El lujo del Sol)