El fin de semana pasado, México amaneció con dos noticias que, aunque parecen pertenecer a mundos distintos, comparten un mismo hilo conductor: la fuerza y trascendencia de la mujer mexicana. Por un lado, Fátima Bosch Fernández, joven tabasqueña (de Teapa, de donde han surgido muchas Flores Bellas), se coronó como Miss Universo 2025 en Bangkok, convirtiéndose en la cuarta mexicana en lograrlo. Por otro, en Nueva York, la casa Sotheby´s subastó el cuadro "El Sueño (La cama)" de Frida Kahlo en 54.6 millones de dólares, rompiendo récord como la obra más cara jamás vendida de una artista mujer.
Belleza y arte, pasarela y lienzo, glamour y dolor: dos caras de una misma moneda que muestran cómo la mujer mexicana sigue proyectando su voz y su presencia en escenarios globales.
La pasarela del poder.
Pese a todo, el triunfo de Fátima Bosch no es menor. En un certamen que suele ser criticado por frivolidad, ella supo destacar con un discurso sobre empoderamiento femenino y liderazgo social. Su victoria la coloca en la línea de Lupita Jones, Ximena Navarrete y Andrea Meza, mexicanas que también conquistaron la corona.
Sin embargo, el brillo de Miss Universo convive con la sombra de las acusaciones de corrupción y favoritismo que han perseguido al certamen en los últimos años. Exjurados y críticos han señalado irregularidades en la selección de finalistas, lo que alimenta la sospecha de que la belleza no siempre se premia por mérito, sino por negocio.
Más aún, el caso de Miss Mundo ha sido todavía más polémico: múltiples denuncias apuntan a que la organización ha operado como un negocio opaco, con favoritismos y arreglos que empañan la legitimidad del concurso. La paradoja es evidente: mientras se habla de empoderamiento, los certámenes siguen arrastrando la sombra de la corrupción.
El pincel de la eternidad
En contraste, el récord de Frida Kahlo no depende de jurados ni de pasarelas. Su obra, marcada por el dolor físico y la introspección, se ha convertido en símbolo universal de resistencia y autenticidad.
La venta de "El Sueño (La cama)" por 54.6 millones de dólares no solo la coloca como la artista latinoamericana más cotizada de la historia, sino que reafirma la vigencia de su mensaje. Kahlo pintó su cuerpo roto, su identidad mestiza, su vida atravesada por la tragedia, y lo transformó en arte inmortal.
Mientras los concursos de belleza se debaten entre glamour y escándalo, Kahlo sigue hablando desde el lienzo con una voz que no se apaga. Su triunfo no es de un día, es de una eternidad.
La mujer mexicana como símbolo
Ambos hechos, ocurridos casi simultáneamente, muestran la diversidad de la representación femenina mexicana:
- En la pasarela, la mujer que encarna belleza, disciplina y discurso social.
- En el arte, la mujer que transforma el dolor en creación y rompe récords en el mercado global.
La coincidencia es poderosa: México se inserta en el mundo con mujeres que conquistan coronas y subastas, que brillan en escenarios distintos, pero igualmente trascendentes.
La ironía del reconocimiento
La ironía es que, mientras el país enfrenta crisis de violencia, corrupción y desigualdad, los símbolos femeninos logran abrirse paso en el mundo. La mujer mexicana se convierte en embajadora de un país que no siempre la protege, pero que sí presume sus triunfos internacionales.
Miss Universo y Frida Kahlo son espejos distintos: uno refleja la belleza efímera, el otro la eternidad del arte. Uno se rodea de sospechas de corrupción, el otro de autenticidad. Pero ambos muestran que la mujer mexicana sigue siendo protagonista en la narrativa global.
Entre coronas y pinceles
La mujer mexicana merece reconocimiento no solo por ganar concursos o romper récords de subasta, sino por lo que simboliza: resistencia, talento, disciplina y trascendencia.
El país debería aprender de ellas, por ejemplo: Claudia Sheinbaum debiera gobernar con la misma independencia, fuerza y autenticidad con la que Kahlo pintó su dolor, y con la misma disciplina con la que Bosch conquistó la pasarela. Mientras tanto, México seguirá exportando símbolos femeninos que brillan afuera, aunque adentro la realidad siga marcada por la informalidad, la violencia y la corrupción.
Porque al final, como decía Monsiváis, "la cultura mexicana es la suma de sus contradicciones". Y en esas contradicciones, la mujer mexicana sigue siendo la protagonista.