¿Cuándo perdimos la capacidad de mirar la realidad en su complejidad, sin reducirla al catálogo de sus defectos?
Los griegos antiguos tenían un concepto para nombrar algo que hoy nos resulta casi ajeno: "sophrosyne", el equilibrio, la moderación o el juicio sensato. No se trataba de la aceptación pasiva de lo imperfecto, sino del reconocimiento maduro de que toda realidad compleja contiene, al mismo tiempo, logros y pendientes, avances y rezagos, luces y sombras.
En nuestra época de crítica viral, donde lo imperfecto se convierte en prueba del apocalipsis público, hemos olvidado esa sabiduría fundamental. Es una forma peculiar de ceguera selectiva, porque hay quienes, al ver algunos problemas, concluyen que todo es un desastre; documentan fallas y proclaman el colapso total.
Padecemos lo que podríamos llamar el "síndrome del anti-Aleph". Recordemos que en el célebre cuento de Jorge Luis Borges, el Aleph era ese punto mágico desde el cual podía contemplarse todo el universo, cada ángulo, cada instante, la totalidad de lo real sin exclusiones ni jerarquías. Algunos, sin embargo, parecen empeñados en construir lo opuesto, es decir, una forma de mirar que solo registra las fracturas, las ausencias y los pendientes, como si la realidad pudiera reducirse a la suma de sus defectos.
Señalar lo que está mal, sin ningún contexto, no exige valentía ni inteligencia, sino apenas una cámara y una desmesurada confianza en la propia mirada. Lo que este discurso ignora es que administrar sistemas complejos no es un relato con villanos simples y soluciones evidentes. Es un ejercicio permanente de lo que la teoría administrativa llama "problemas perversos" (Horst Rittel y Melvin Webber, 1973): dilemas donde los recursos son siempre escasos frente a necesidades infinitas, donde atender una urgencia significa postergar otras veinte. Estas son las decisiones que enfrenta toda gestión pública cada mañana, decisiones que no caben en videos dramáticos de sesenta segundos.
Hay una diferencia entre la crítica constructiva y el cinismo performativo. La primera entiende que señalar un problema es apenas el diez por ciento del trabajo; el segundo cree que es el cien por ciento. La primera propone, participa, construye; el segundo señala, condena y abandona.
Aquí aparece la gran paradoja: los sistemas que supuestamente "son un desastre total" siguen funcionando cada día. Los servicios continúan operando y las estructuras sostienen lo cotidiano. Si realmente fuera el apocalipsis que algunos proclaman, simplemente nada funcionaría. Pero lo hace.
Esta continuidad no es accidental ni milagrosa. Es el resultado de miles de personas que trabajan en la complejidad administrativa, toman decisiones difíciles, distribuyen recursos insuficientes y priorizan entre urgencias múltiples. Es el esfuerzo invisible que sostiene lo cotidiano, ese que no genera contenido viral precisamente porque cumple su función.
La crítica que solo ilumina sombras no es honesta, como tampoco lo sería la propaganda que solo muestre la luz. Ambas son formas de manipulación que construyen narrativas deliberadamente incompletas y distorsionan la percepción colectiva.
Generar una sensación de caos alimenta un pesimismo tóxico que deslegitima incluso los esfuerzos genuinos de mejora. Pero lo más preocupante es que desplaza la conversación necesaria. En lugar de discutir prioridades, estrategias y soluciones viables, nos quedamos atrapados en un ciclo interminable de señalamientos sin construcción y de indignación sin participación.
Lo que necesitamos en esta época es más análisis matizado. Conviene recordar que "sophrosyne" —la palabra griega para el juicio equilibrado— no implica conformismo, sino la madurez de comprender que toda transformación real requiere entender la complejidad, no simplificarla. El cambio nace del equilibrio entre la crítica necesaria y el reconocimiento de lo que funciona.
La convocatoria es a recuperar la "sophrosyne"; esto implica aceptar una verdad simultánea: hay problemas reales que demandan atención, pero también avances significativos que merecen reconocimiento.
CANDILEJA
Cuando la crítica deja de buscar la mejora y se convierte en simple demolición; cuando una falla se magnifica hasta parecer prueba de un fracaso absoluto, ya no estamos ante una indignación genuina, sino frente a una estrategia deliberada de destrucción.