La salida de la pobreza constituye un proceso multidimensional mediante el cual una persona o comunidad transita de una situación de carencia de recursos y oportunidades esenciales hacia el acceso a condiciones de vida dignas y sostenibles. Este proceso abarca no solo el incremento de los ingresos, sino también el mejoramiento integral de diversos aspectos fundamentales del bienestar humano.
En México, no es posible afirmar categóricamente que la población ha superado la situación de pobreza. Desde mi perspectiva, la respuesta es negativa.
Desde una perspectiva económica y social, puede considerarse que el incremento de los programas sociales y la transferencia de recursos a las familias han contribuido a mejorar los ingresos de los hogares y a reducir la pobreza. Sin embargo, esta situación puede limitar el desarrollo individual, ya que la expectativa de vida de las personas termina vinculada a la disponibilidad de recursos finitos de la nación. Esto depende directamente del equilibrio presupuestal que se logre cada año para asignar adecuadamente el gasto social programado.
El balance presupuestario para el año 2026 en México, aprobado por la Cámara de Diputados, contempla un presupuesto de egresos de 10.19 billones de pesos, financiado mediante ingresos presupuestarios por 8.72 billones y el resto a través de endeudamiento. Este monto significa un incremento real del 5.9% respecto al presupuesto aprobado para 2025. No obstante, para el año 2030, considerando las tendencias actuales de gasto en programas sociales y otros rubros del ámbito social, será necesario contar con ingresos aproximados de 13.50 billones de pesos. Surge entonces la interrogante: ¿de dónde se obtendrán estos recursos? ¿Se prevé un aumento en la inversión empresarial que genere mayores ingresos fiscales o una reducción de la informalidad que permita incrementar la recaudación?
El salario mínimo ha contribuido a la reducción de la pobreza para ciertos sectores, ya que incrementa los ingresos de los trabajadores con salarios bajos y favorece una distribución del ingreso más equitativa. No obstante, sus efectos presentan variabilidad y no representan una solución definitiva al problema de la pobreza, pues superarla requiere un crecimiento económico sostenido que promueva la generación de empleos de mayor calidad. Cabe señalar que los beneficios del salario mínimo podrían no alcanzar a los hogares más vulnerables o verse contrarrestados si el incremento provoca despidos o aumentos en los precios.
El aumento del salario mínimo resulta insuficiente ante las variaciones significativas en los costos de la canasta básica, lo que dificulta garantizar una vida digna para la población.
En México, no se ha comprendido plenamente que la reducción de la jornada laboral o el incremento del salario mínimo no generan necesariamente mejoras significativas, considerando que los recursos disponibles son limitados. Si bien existe un mayor número de empleos y más personas integradas a la población económicamente activa, esto no se traduce en una adecuada remuneración; dicho fenómeno afecta tanto a las actuales como a las futuras generaciones, quienes, a pesar de invertir en su educación con la expectativa de obtener mejores oportunidades laborales, enfrentan un mercado que ofrece salarios inferiores a sus aspiraciones, lo cual repercute negativamente en la calidad de vida.
Hace cinco décadas, un solo ingreso familiar era suficiente para cubrir las necesidades básicas del hogar. Sin embargo, desde el siglo XXI, es común que al menos tres miembros de la familia deban trabajar para mantener el mismo nivel de vida. Se proyecta que, en la próxima década, los cuatro integrantes de la familia en promedio, necesitarán contribuir económicamente, y solo uno podrá acceder plenamente a una carrera universitaria o técnica. Incluso tras realizar considerables sacrificios, esta persona probablemente percibirá un salario similar o apenas superior al de alguien sin estudios universitarios, de maestría o doctorado.
(– Grupo Caraiva – Grupo Pech Arquitectos)