PLANO TANGENTE

LO AMARGO DE LO DULCE

«Amada, toma este pensamiento, colócalo en el centro de todo el egoísmo y ve que no hay ausencia para el dulce abismo».

Silvio Rodríguez

Los edulcorantes artificiales son compuestos orgánicos sintéticos que se caracterizan por su intenso dulzor y se han considerado alternativas al azúcar.  Se utilizan ampliamente en bebidas, dulces, confitería, mermeladas, jugos de frutas, productos de cuidado personal y jarabes farmacéuticos. El consumo excesivo de azúcares simples representa uno de los principales factores de riesgo modificables para enfermedades crónicas no transmisibles como obesidad, diabetes mellitus tipo 2, dislipidemias y caries dental. En este contexto, los edulcorantes han emergido como alternativas viables para preservar el sabor dulce reduciendo el contenido calórico total y la carga glucémica de la dieta. Su uso ha sido ampliamente difundido, pero persisten dudas respecto a su seguridad metabólica a largo plazo.

Según su origen y su papel metabólico, los edulcorantes se suelen clasificar como naturales o artificiales, así como calóricos (nutritivos) o no calóricos (intensos); dando por resultado cuatro posibles categorías de edulcorantes. Los naturales-calóricos son los más tradicionales, y aquí entran el azúcar de mesa, la glucosa, la fructosa, la galactosa, etcétera. Por su lado, los artificiales-calóricos engloban a los azúcares modificados y a los polioles, como el sorbitol, manitol, xilitol, eritritol, entre otros, que aportan entre 1.5 y 3 kcal/g; aunque aún es una cantidad sustancial de energía, su poder endulzante es de 30 a 600 veces mayor al azúcar y poseen un bajo índice glucémico. Respecto a los naturales-no calóricos, aquí se encuentran los glucósidos de esteviol (Stevia) y otros edulcorantes que proporcionan mucho dulzor con un escaso o nulo aporte energético. Y, por último, los artificiales-no calóricos más utilizados son el aspartamo, la sucralosa, el acesulfamo-K y la sacarina.

Todos estos compuestos han sido evaluados por organismos regulatorios como la FDA, la EFSA y COFEPRIS, que han establecido sus ingestas diarias aceptables (IDA) con amplios márgenes de seguridad.

Diversos metaanálisis han confirmado que la sustitución parcial del azúcar por edulcorantes no calóricos puede contribuir a la reducción del peso corporal en pacientes con sobrepeso u obesidad, cuando se combina con intervenciones nutricionales estructuradas. Son útiles en planes alimentarios para personas con diabetes tipo 1 y 2, aunque debe evitarse su uso como excusa para aumentar la ingesta total de carbohidratos. Además, a diferencia de los edulcorantes naturales-calóricos, el resto no son fermentables por la flora oral, por lo que no promueven la aparición de caries.

Pero los edulcorantes no son perfectos. Estudios in vivo y en modelos animales han demostrado que ciertos edulcorantes pueden alterar la composición de la microbiota intestinal, especialmente cuando se consumen de forma crónica. De hecho, su impacto en la microbiota humana es un área de creciente interés y preocupación. En el caso de la sucralosa, además, se ha observado que puede reducir la sensibilidad a la insulina y afectar la salud del hígado. El aspartame ha sido asociado con efectos neurotóxicos y de estrés oxidativo y, aunque no hay evidencia concluyente, está catalogado como "posible cancerígeno". Existen hipótesis que sugieren que el consumo repetido de sabor dulce sin aporte calórico podría alterar mecanismos de recompensa, saciedad y regulación del apetito. También, el uso de productos "light" puede generar compensaciones dietéticas inconscientes ("licencias para comer más"), especialmente en poblaciones no sensibilizadas en educación nutricional, lo cual puede anular los beneficios esperados.

Y hablando de su impacto ambiental, los edulcorantes artificiales tienen efectos significativos en los ecosistemas, sobre todo acuáticos. En primer lugar, el aspartame se descompone en productos que pueden contribuir a la carga nutritiva y a la toxicidad en ambientes acuáticos. Esto puede afectar la salud de los organismos acuáticos, como los peces, ya que sus productos de degradación pueden ser tóxicos y causar estrés oxidativo. La sacarina, por su parte, presenta una resistencia notable a la degradación, lo que significa que puede persistir en el agua y afectar la vida acuática. Se ha demostrado, además, que tiene efectos genotóxicos y citotóxicos en las plantas. El sucralosa es particularmente preocupante porque interfiere con el metabolismo bacteriano en el suelo y se acumula en los ambientes acuáticos. Esto altera las comunidades microbianas, lo que puede llevar a un crecimiento excesivo de cianobacterias y afectar el equilibrio ecológico. Además, se ha observado que el sucralosa puede ser absorbido por plantas acuáticas como Lemna minor, lo que puede alterar sus procesos fisiológicos y su capacidad fotosintética.

La recomendación es, como siempre, consumir con moderación. Los edulcorantes no son un sustituto inmediato del azúcar, sino una alternativa que se adapta a distintas necesidades del organismo y de las personas. De hecho, tienen muchas implicaciones en la salud y el medio ambiente. Por lo tanto, su uso depende del perfil clínico del paciente, el cual debe ser dictado por un especialista. Y de nada sirven los edulcorantes para reducir azúcares en la dieta sin lo de siempre: una alimentación balanceada, actividad física y prudencia.