«Los juegos son la forma más elevada de investigación».
Albert Einstein
Los videojuegos se han convertido en una de las principales actividades de ocio para los adolescentes en muchos países desarrollados y han permeado en diversas culturas. El desarrollo tecnológico y la creciente accesibilidad de los teléfonos inteligentes han facilitado el contacto con numerosas aplicaciones de entretenimiento, incluidos estos juegos. En consecuencia, los videojuegos móviles se han integrado de manera indiscutible en la vida cotidiana de millones de personas.
Diversas encuestas muestran que los ingresos de la industria de los videojuegos han crecido de manera sostenida, duplicándose en menos de una década. México ocupa un lugar destacado a nivel mundial: décimo en ingresos y número de jugadores, con una penetración entre internautas del 91.2 %. En cuanto a la proporción de la población que juega videojuegos, los primeros lugares los ocupan Indonesia (96.5 %), Filipinas (95.9 %), Turquía (94.6 %), Tailandia (93.2 %) y Vietnam (93.2 %) (Kemp, 2022).
En particular, los videojuegos "gacha" para dispositivos móviles, que ofrecen colecciones de objetos virtuales basadas en el azar y utilizan mecánicas similares a las de la lotería, se han vuelto inmensamente populares entre los jóvenes de todo el mundo. Los juegos que incorporan mecanismos de obtención aleatoria de objetos virtuales, como las "cajas de botín", han pasado a ser un elemento central de la industria. En estos juegos, los jugadores gastan dinero del juego o real para tener la oportunidad de conseguir un objeto virtual aleatorio. Este sistema genera emociones de anticipación e imprevisibilidad, lo que fomenta un uso prolongado.
Uno de los aspectos que hace atractivos a los videojuegos es su facilidad de comprensión y dominio inicial, que permite al jugador involucrarse rápidamente. La motivación hedónica, relacionada con la búsqueda de alegría, felicidad y placer durante el juego (Schmitz et al., 2022), es un factor clave para mantener la intención de jugar. Estudios recientes muestran que emociones como la felicidad y la anticipación, especialmente al obtener objetos raros mediante mecánicas gacha, fomentan la participación sostenida.
La mayoría de las recompensas en los videojuegos se distribuyen mediante programas de refuerzo variable, caracterizados por su aleatoriedad. Por ejemplo, en un juego de rol de fantasía, un jugador podría encontrar una espada valiosa solo en el 1 % de los enemigos derrotados. La literatura indica que este tipo de refuerzo genera una respuesta consistente y resistente al abandono. Las "cajas de botín" ejemplifican este mecanismo, ya que la probabilidad de obtener ciertos objetos suele ser incierta, y los artículos de alto valor son difíciles de conseguir (Griffiths & King, 2015). Además, muchos juegos exitosos incorporan recompensas de contingencia, como bonificaciones por inicio de sesión diario, que premian la constancia con bienes virtuales gratuitos.
Otro incentivo para prolongar el tiempo de juego son los metalogros, que brindan al jugador una evaluación global de su dominio. Algunos juegos expresan esta maestría mediante calificaciones porcentuales de progreso, fomentando la superación personal. Adicionalmente, la interacción social en línea (como competir con otros jugadores, crear comunidades y establecer amistades virtuales) es un factor altamente gratificante y contribuye al crecimiento de la popularidad de los videojuegos en línea.
Sin embargo, existe un debate social en curso sobre cómo estos elementos gratificantes pueden derivar en conductas problemáticas, especialmente en adolescentes. Investigaciones sugieren que recompensas aleatorias, recompensas por contingencia y recompensas sociales están asociadas a una mayor probabilidad de conducta de juego problemática en jóvenes.
A medida que los videojuegos se vuelven más complejos y se integran en la vida moderna, es crucial que los investigadores comprendan sus efectos psicológicos, tanto positivos como negativos. Entre las estrategias de prevención se propone que las compañías de videojuegos: incorporen recordatorios de tiempo de juego para evitar sesiones prolongadas; incluyan mensajes emergentes que sugieran pausas regulares y que ofrezcan probabilidades transparentes de obtención de objetos virtuales, para que los jugadores conozcan el esfuerzo necesario y eviten conductas compulsivas.
En el ámbito clínico, la prevención y tratamiento de la conducta problemática podría incluir información personalizada sobre juegos de alto riesgo y la promoción de actividades alternativas gratificantes. Identificar qué elementos resultan más irresistibles para ciertos jugadores permite prevenir patrones desadaptativos, a la vez que se optimizan los beneficios saludables del juego, como la conexión social, el reconocimiento y el disfrute.
Es común caer en la visión simplista de satanizar los videojuegos, y para evitarlo es menester comprender los mecanismos que los hacen potencialmente dañinos. Nada es intrínsecamente malo. Así como hay que educar al usuario para que modere su tiempo en pantalla, es importante regular a las compañías de videojuegos que, no sin querer, integran dinámicas adictivas y de predisposición a las apuestas como eje de sus aplicaciones. El uso consciente debe acompañarse de controles externos y límites que reduzcan la exposición a contenidos potencialmente problemáticos. La responsabilidad aquí es compartida, y no hay que caer en la tentación de buscar un solo culpable.
(jorgequirozcasanova@gmail.com)