Plano tangente

EL SIGUIENTE PASO EN LAS ESCUELAS

«Llegará el día en que la inteligencia será despreciada y la estupidez será adorada.»

José Saramago

Basados en el escrito anterior, aquél contrastando el conocimiento y la educación del presente con el pasado, surgieron muchas interrogantes sobre si tantas escuelas hoy en día realmente son un sinónimo de inteligencia en la población. En la formulación de una respuesta, es tentadora la idea de comparar el Coeficiente Intelectual (CI) entre generaciones. Por supuesto, nunca obviando que el CI no es más que un resumen o estimación de la inteligencia de una persona que resulta de la aplicación de pruebas y preguntas y, por tanto, no es determinante ni absoluto.  

Un metaanálisis realizado en varios países sobre los puntajes promedio de CI han demostrado su aumento con el tiempo durante gran parte del siglo XX. El fenómeno fue identificado durante el siglo XX y analizado de manera sistemática por James Flynn en sus metaanálisis de 1984 y 1987; de ahí que se le llame efecto Flynn. En esos trabajos, el autor revisó 72 estudios que comparaban puntuaciones de CI en pruebas equivalentes entre generaciones en 14 países distintos. Los resultados indicaron un incremento promedio cercano a tres puntos de CI por década entre 1932 y 1978. Un aspecto fundamental de sus hallazgos fue que los aumentos eran particularmente marcados en pruebas de inteligencia fluida, es decir, en aquellas que miden la capacidad de razonar de manera abstracta y resolver problemas nuevos, en contraste con la inteligencia cristalizada, que se refleja en la acumulación de conocimientos, vocabulario y habilidades.

Desde entonces, múltiples investigaciones han replicado y ampliado estas observaciones en diferentes contextos culturales y temporales. Los datos muestran que el efecto Flynn ha sido detectado en distintos países desde aproximadamente 1910, coincidiendo con la consolidación del concepto de coeficiente intelectual y su evaluación estandarizada.

Las explicaciones propuestas para este fenómeno han sido diversas. Entre las más influyentes se encuentran la expansión y mejora de la educación formal, el acceso generalizado a la innovación tecnológica (desde el cine y la televisión hasta internet), las mejoras nutricionales y sanitarias, la reducción de enfermedades infecciosas en la infancia, así como una mayor exposición a entornos que exigen rapidez en el procesamiento de información. También se han considerado factores más complejos, como la interacción entre tendencias genéticas y estímulos ambientales, interpretaciones basadas en la historia de vida y la transmisión intergeneracional de habilidades cognitivas por parte de los padres. Aunque ninguna hipótesis por sí sola explica el fenómeno en su totalidad, en conjunto ofrecen una visión de la inteligencia como constructo dinámico y sensible a las condiciones sociales y culturales.

En años recientes, sin embargo, han surgido evidencias de que el efecto Flynn se ha ralentizado e incluso revertido en ciertos países. Investigaciones en Escandinavia, por ejemplo, documentaron una ligera disminución en las puntuaciones de inteligencia fluida a partir de mediados de la década de 1980 (Dutton et al., 2016). Otros estudios sugieren que, aunque la tendencia general de aumento se mantuvo hasta 2013, desde entonces los incrementos son menores o incluso negativos. No obstante, Rodgers (2023) señala que buena parte de los estudios que reportan una reversión del efecto se basan en pruebas de inteligencia cristalizada más que fluida, lo que invita a una interpretación más cuidadosa.

Un aspecto clave de la discusión actual es que el efecto Flynn no parece estar directamente relacionado con la capacidad intelectual general. De igual manera, la evidencia disponible indica que la disminución reciente en ciertos puntajes de CI tampoco implica necesariamente que la inteligencia general de la población esté declinando. Más bien, los resultados sugieren que los cambios observados responden a modificaciones en las características de las pruebas, así como a transformaciones en los sistemas educativos y en las condiciones de exposición cultural. En este sentido, el debate subraya la importancia de mantener la invariabilidad de la medición al comparar resultados intergeneracionales, es decir, asegurarse de que las pruebas miden de manera equivalente a lo largo del tiempo.

El hallazgo más valioso aquí es entender a la inteligencia como un rasgo dinámico que también responde y retroalimenta a procesos sociales, culturales e históricos. Lejos de ser algo fijo y estático, su estudio debe abarcar también los factores ambientales y metodológicos de su medición. De ahí que los puntajes de CI aislados no permitan llegar a nada concluyente en este tema, como lo muestra la paradoja de que el CI aumente de manera sostenida en el tiempo, explicado por el efecto Flynn, y que no tenga una relación con la evolución en la inteligencia general de la población. La importancia de medir la inteligencia, lejos de promover discursos de odio, radica en contar con una métrica para evaluar el desempeño de los planes de educación. En estos tiempos de cambios drásticos es importante disponer de los instrumentos de medición para tomar decisiones más acertadas. Midiendo y mejorando. (jorgequirozcasanova@gmail.com)