Nací en un mundo en llamas. Y no es una metáfora. Literalmente, el planeta está ardiendo, las ciudades son hornos, el aire escasea, los alimentos se encarecen, el agua se privatiza, y la estabilidad (esa palabra que tanto aman ustedes) es un privilegio reservado para quienes nacieron antes de que todo esto colapsara.
Usted, querido Boomer, suele decir que las cosas no eran fáciles en su tiempo. Que trabajaron duro. Que lucharon por un mejor mañana. Pero permítame decirle algo, con todo el respeto que la rabia puede contener: ese mañana que usted imaginó se acabó en el camino. Y los responsables tienen nombres, apellidos y generaciones. La suya, para ser precisos.
Ustedes heredaron un planeta reconstruido tras una guerra mundial, con gobiernos apostando por el bienestar social, universidades públicas, salarios dignos, pensiones decentes y casas que costaban cinco años de sueldo, no cinco décadas de hipoteca. Sociedades donde sus padres y abuelos lucharon por un ideal de justicia social, por sistemas públicos de salud, educación, vivienda, y un sentido profundo de comunidad.
Pero ustedes no solo lo olvidaron. Lo rompieron. Destruyeron el pacto social que decía que si tú trabajas, si te esfuerzas, tendrás una vida digna. Desmantelaron las instituciones que garantizaban ese pacto, y luego nos llamaron flojos por no lograr lo que ustedes obtuvieron con reglas muy distintas. Nos pidieron meritocracia en un sistema manipulado.
En nombre de la eficiencia, destruyeron sindicatos. En nombre del progreso, privatizaron derechos. En nombre de la libertad, desregularon todo y entregaron el destino colectivo a los mercados.
Y lo más grave: rompieron el lazo que unía a una sociedad entre sí. Nos enseñaron a competir en lugar de cooperar. A desconfiar del otro, a ver en cada colega un rival, en cada vecino una amenaza. Convirtieron la vida en una carrera solitaria hacia el agotamiento.
Hoy, nosotros heredamos no solo crisis climática, inflación y precariedad: heredamos un mundo sin comunidad, sin redes de apoyo, sin instituciones confiables. Nos enseñaron a resolver solos lo que antes era compartido. Enfermarse es una ruina. Tener hijos es un lujo. Envejecer será un castigo.
Ustedes gobernaron. Votaron. Aprobaron leyes. Abrieron mercados. Aplastaron sindicatos. Callaron frente al ecocidio. Defendieron su jubilación mientras negaban la nuestra. Construyeron un mundo que funciona para ustedes y para nadie más.
Y aún hoy siguen votando como si el mundo fuera suyo. Nos acusan de débiles mientras viven de pensiones financiadas por nuestros impuestos. Nos piden aguantar cuando ustedes ya no tienen que hacerlo. Se quejan de nuestra rabia cuando fue su comodidad la que nos la sembró.
¿Qué destruyeron, exactamente?
- Destruyeron la vivienda como derecho.
- Destruyeron el empleo como camino a la estabilidad.
- Destruyeron la educación pública como palanca social.
- Destruyeron el medio ambiente como hogar compartido.
- Destruyeron la política como herramienta de cambio.
- Y sobre todo, destruyeron el sentido de que estábamos todos en esto juntos.
La cohesión social no se pierde sola: se dinamita desde arriba, cuando los de siempre se salvan y el resto se hunde. El pacto social no se rompe por accidente: lo rompieron ustedes, generación tras generación, elección tras elección.
Hoy, una casa cuesta 20 veces el salario anual (60 años de hipoteca sin interéses). Una TDC puede volverse una deuda de por vida. El trabajo, una cadena sin derechos. El planeta, una cuenta regresiva. No es que no nos esforcemos. Es que ustedes se llevaron los frutos, talaron los árboles y nos dejaron un desierto.
Nos dicen que dejemos de quejarnos. Pero ustedes trabajaron y fueron recompensados. Nosotros trabajamos más, cobramos menos, vivimos peor. El ascensor social se averió y ustedes cortaron la cuerda de emergencia.
Así que, por favor, no me pidan paciencia. No me digan que espere mi turno. Porque ustedes tuvieron su turno... y lo usaron para cerrar la puerta detrás de ustedes.
Les guste o no, las sociedades que realmente progresan son aquellas que invierten en sus nuevas generaciones, no las que las exprimen hasta el agotamiento. Pero ustedes eligieron el egoísmo, el consumismo, y el sálvese quien pueda. No solo destruyeron instituciones: destruyeron la confianza en el otro, el valor del esfuerzo común, la esperanza de que el futuro valía la pena.
No les escribo para pedirles disculpas, ni compasión. Les escribo para dejar constancia. Para que no digan que nadie les explicó. Para que no digan que no sabían.
Porque mientras ustedes envejecen cómodamente en casas que valen millones, nosotros heredamos humo, deuda y un reloj climático que ya no se puede detener.
Y aun así, seguimos vivos. Seguimos intentando. No por ustedes. Sino a pesar de ustedes.
DIEGO ALFONSO VÁZQUEZ PÉREZ, 24 años.