Releo El águila y la serpiente, el libro de Martín Luis Guzman sobre los años que empiezan con el golpe de Estado de Victoriano Huerta, en febrero de 1913, y terminan en 1915, cuando Guzmán sale de México, huyendo de Francisco Villa.
Guzmán ve en la figura del Primer Jefe de la Revolución Mexicana, Venustiano Carranza, todos los vicios que pueden arruinar la revolución: el personalismo sin ideas, la intriga sin sentido, la política pura y dura, la corrupción endémica.
Le concede a Carranza una única virtud: no mata, no manda matar, como parte de su ambición política. Pero ve en la figura del jefe constitucionalista algo así como la encarnación platónica de la corrupción.
El pasaje en que Guzmán eleva la corrupción carrancista a esas alturas es memorable.
Como a veces hacen los sueños, su lectura dejó en mi ánimo la impresión de algo que cruzaba de la noche al día, con una palpitación de actualidad.
- Escribe Guzmán:
En el carrancismo, a no dudarlo, obraba el imperativo profundo del robo, pero del robo universal y trascendente, del robo que era, por una parte, medio rápido e impune de apropiarse las cosas, y, además, arma para herir en lo más hondo a los enemigos.
- Cité mal en una conversación este último párrafo.
Dije: "El carrancismo fue un intento de hacerse del poder absoluto por resortes cleptomaníacos". El párrafo tuvo de pronto una palpitante actualidad. Como del sueño a la vigilia, su eco cruzó del ayer al hoy: del carrancismo al morenismo.