Muchas personas consideran que la quema de combustibles fósiles es la principal causa de las alteraciones en el medio ambiente; sin embargo, esta percepción puede no ser completamente precisa.
Los combustibles fósiles no son consumidos de manera natural ni por autocombustión. Han sido explotados y utilizados extensamente por los seres humanos en diversos sectores, con el fin de mejorar la comodidad y facilitar las actividades que se han desarrollado a lo largo de la historia.
Los combustibles fósiles, entre los que se incluyen el petróleo, el gas natural y el carbón, han constituido la base del desarrollo económico, industrial, político y tecnológico a nivel mundial durante los últimos dos siglos. Concebir una sociedad desprovista de estos recursos implica visualizar un entorno sustancialmente distinto en varios aspectos de la vida diaria.
Los combustibles fósiles han facilitado la electrificación a gran escala, el transporte eficiente y el desarrollo industrial masivo. En ausencia de estos recursos, la humanidad habría dependido por más tiempo de fuentes energéticas tradicionales como la leña, el viento, la energía hidráulica y la biomasa, lo que habría restringido considerablemente el avance de automóviles, aviones y trenes modernos, así como la urbanización, la globalización y el progreso hacia la digitalización actual.
La carencia de combustibles fósiles implicaría que diversas tecnologías y productos derivados d estos, y que son considerados esenciales en la actualidad, tales como la gasolina, el diésel, la turbosina, los plásticos, los fertilizantes sintéticos y otros compuestos químicos industriales, no estarían disponibles o tendrían características significativamente distintas, debido a que estos materiales dependen principalmente del petróleo y el gas natural.
El transporte experimentaría una reducción significativa en velocidad y eficiencia. Las embarcaciones continuarían dependiendo de la fuerza del viento y la navegación a vela, mientras que los ferrocarriles utilizarían principalmente energía hidráulica o vapor generado por madera. Aunque sería posible el desarrollo temprano de automóviles eléctricos, su autonomía y disponibilidad se verían restringidas por las limitaciones tecnológicas de las baterías. La aviación comercial en su forma actual no sería posible, ya que los combustibles líquidos derivados del petróleo son fundamentales para el funcionamiento de los aviones modernos. Asimismo, un trayecto que actualmente puede realizarse en automóvil en pocas horas requeriría varios días o incluso meses para completarse.
Las economías nacionales, regionales y globales experimentarían una menor complejidad y una orientación más local. La ausencia de combustibles fósiles restringiría significativamente la producción y el comercio internacional, promoviendo modelos económicos autosuficientes y con menor grado de interconexión, aunque con conocimientos limitados sobre otros mercados. Aquellos países que actualmente ostentan posiciones de liderazgo energético debido a sus reservas de petróleo o gas dejarían de desempeñar ese papel, y otras regiones con abundancia de recursos renovables adquirirían mayor relevancia, si bien su capacidad de influencia estaría restringida por la falta de intercambio de conocimientos para optimizar su aprovechamiento.
Consideremos un escenario hipotético en el cual, a partir de 2026, se produjera una interrupción abrupta del uso de combustibles fósiles a nivel mundial. ¿Cuáles serían las repercusiones inmediatas y a largo plazo derivadas de dicha decisión?
La economía global experimentaría una transformación significativa. Sectores como el automotriz, aeronáutico, petroquímico y transporte marítimo se verían obligados a adaptarse rápidamente a fuentes de energía alternativas para evitar su colapso. Estos cambios alternativos, requieren una inversión inicial considerable y períodos de retorno más extensos en comparación con los combustibles fósiles, lo que plantea desafíos financieros para su implementación en el corto plazo.
Los países cuya economía se basa en gran medida en la exportación de petróleo o gas, como Arabia Saudita, Rusia, México, Venezuela e Irán, entre otros, podrían enfrentar graves crisis económicas y sociales, ya que una parte significativa de sus ingresos nacionales proviene de estos recursos, necesarios para cubrir sus gastos anuales programados.
La transición hacia fuentes de energía alternativas implicaría la pérdida de millones de empleos vinculados directa o indirectamente a los combustibles fósiles, lo que podría derivar en un desempleo significativo y flujos migratorios, especialmente en aquellas regiones con alta dependencia de dichas industrias. Si bien el desarrollo de nuevas infraestructuras y tecnologías sostenibles generaría eventualmente oportunidades laborales, este proceso sería gradual debido a la necesidad de una reconversión profesional paulatina. Asimismo, la recuperación de la inversión destinada al despliegue masivo de estas alternativas dependería de la naturaleza y los plazos de cada proyecto, lo que añade incertidumbre al proceso de sustitución del modelo energético actual.
El acceso a la energía puede experimentar interrupciones temporales, especialmente en países en desarrollo donde la adopción de energías renovables es aún limitada y la infraestructura insuficiente. Esta situación podría profundizar las desigualdades sociales y geográficas, ya que los países desarrollados probablemente emplearán su influencia en los mercados financieros para asegurar rápidamente los recursos necesarios para su progreso, una ventaja que no estaría al alcance de las economías emergentes en el corto plazo. Continuará.
(– Grupo Caraiva – Grupo Pech Arquitectos)