¿Y de ahí?

A 80 años de Hiroshima: los límites de la obediencia

Una luz tan potente que calcina las sombras sobre las paredes, capaz de desintegrar instantáneamente a miles de personas y borrar una ciudad de la faz de la tierra. Mañana 6 de agosto se cumplen 80 años desde que Estados Unidos arrojó una bomba atómica sobre Hiroshima, Japón. El 9 de agosto, lanzó otra sobre Nagasaki. Hoy existen más de 12 mil ojivas nucleares en el mundo. Por eso debemos recordar este episodio, uno entre los más vergonzosos de la historia de la humanidad.

Las bombas exterminaron en un instante a unas 80 mil personas en Hiroshima y otras 40 mil en Nagasaki. De miles no quedó ni un hueso, con un calor de 7 mil grados en el epicentro, fueron evaporados y hechos polvo en un segundo. Acaso sólo quedó su sombra quemada en una pared. Otros cuerpos quedaron calcinados, o sobrevivieron apenas unas horas como cuerpos sin alma, la cabeza baja, los brazos rígidos, con la piel hecha girones, víctimas de quemaduras nunca antes vistas. Con los días, el pelo se les fue cayendo, tuvieron erupciones, vómitos de sangre. Otras entre 80 a 100 mil personas murieron ese mismo año de 1945. Décadas después, miles siguieron muriendo de cáncer, sus hijos nacían muertos o con malformaciones. Consecuencias de la radiación nuclear.

Si nosotros, que sabemos esto, somos incapaces de entender el horror, las víctimas de aquellos días menos podían entender qué pasó, cómo fue calcinada la ciudad hasta sus cimientos en un instante, cómo desaparecieron sus familiares sin dejar rastro, qué eran esas quemaduras, esos vómitos. No sabían que les cayó encima una bomba atómica. Tras la rendición de Japón, Estados Unidos prohibió hablar de lo que pasó. Tardaron años, incluso décadas, en saber.

Se estima que 38 mil niños murieron por el ataque nuclear. Los que sobrevivieron tuvieron que enfrentar, además de las heridas, el hambre y el luto de los primeros días, la enfermedad y la discriminación muchos años después. Se conocen como "hibakushas" a los supervivientes de las bombas atómicas. Entonces, se pensaba que eran contagiosos, pues los trabajadores que acudieron a retirar los cadáveres enfermaron. No se sabía qué era la radiación. El estigma perduró, de modo que los hibakushas tuvieron problemas para estudiar, trabajar, casarse. Muchos se suicidaron.

Para los que sobreviven ha sido una lucha de toda la vida sobreponerse. Habrá algunos que todavía no puedan hablar, los que eligieron romper el silencio hicieron de ese acto de valentía un deber necesario para alertar al mundo. Quedan cada vez menos hibakushas, se acerca el día en que perdamos sus recuerdos.

Por eso, Hiroshima trabajó en reproducir aquel 6 de agosto en una experiencia de realidad virtual que pueden compartir los turistas o los internautas interesados. Con ayuda de supervivientes, lograron reconstruir la ciudad casi en todos sus detalles.

Aunque el dolor es imposible de recrear, antes de la tecnología el arte intentó acercanos a él. Destacan trabajos como Los paneles de Hiroshima, de Iri y Toshi Maruki, pinturas de diversos hibakushas; películas como La tumba de las luciérnagas, "Hiroshima mon amour" y "When the wind blows"; el corto "Pica-Don" (destello-explosión) o el anime Barefoot Gen. Todos consultables en internet.

"Ahora me he convertido en la muerte, destructora de mundos", fue la cita de un texto sagrado hindú en que pensó Robert Oppenheimer, director del proyecto que hizo posible la bomba atómica, luego de presenciar la primera prueba exitosa. Tanto él como Albert Einstein tuvieron profundos remordimientos por sus aportaciones que hicieron posible la más seria amenaza de la humanidad contra sí misma. En cambio, Paul Tibbets, piloto del avión que dejó caer la bomba en Hiroshima, nunca expresó remordimientos. Siempre dijo que sólo cumplió su deber. Se sentía patriota.

Debemos reflexionar sobre los límites de la obediencia, cómo impedir una cadena de mando entuma nuestro sentido de responsabilidad. Evitar el error de enfocarnos más en el poder que en el deber.  A 80 años del infame hongo nuclear sobre Hiroshima, con un mundo en el que las amenazas bélicas se agudizan cada vez más, debemos que recordar que mientras existan bombas atómicas, la humanidad se encuentra bajo amenaza de exterminio.