Villahermosa: mercado, memoria y café caliente

Recordé, mientras subía las escaleras, que el mercado se inauguró en 1906 con el nombre de Porfirio Díaz

ENTRE PASILLOS Y RECUERDOS

Me desperté temprano y, sin pensarlo, decidí ir al mercado Pino Suárez. Pero era muy temprano. Recordé que antes, cuando el mercado se encontraba a la orilla del río y los piratas hacían sus incursiones, eran los hombres quienes, muy de mañana, iban al mercado a comprar.

Con esos pensamientos —y con antojo de unos tacos de cochinita de *El Paso de las Damas*— enfilé mi autito a la Plaza de mercado, como la llamara Gil y Sáenz.

  • Faltaban apenas unos minutos para las cinco. Las puertas del estacionamiento estaban cerradas; los barrenderos limpiaban las calles que circundan al mercado. Parroquianos trasnochados, en grupo, aun con las consecuencias de la noche loca de ayer sábado, iban en busca del transporte que los llevaría a su casa o a otro lugar donde alargar la parranda.

Busqué un lugar para estacionarme. Luego subí al recinto. Recordé, mientras subía las escaleras, que el mercado se inauguró en 1906 con el nombre de ese prócer que, como padre "amoroso", preparó al país para la democracia: Porfirio Díaz.


Encontré los pasillos vacíos; unos pocos se disponían a abrir sus changarros. Como en los tiempos de los piratas, solo hombres. Recorrí los solitarios pasillos en ejercicio matinal, iba de un lado a otro, haciendo tiempo.

Hasta las 6:30 iniciaba a vender sus tacos *El Paso de las Damas*; tenía que esperar y lo hacía caminando por los pasillos. El tiempo también caminaba, pero perezoso. Lo notaba porque más hombres —y una que otra mujer— iban apareciendo.

  • En mi recorrido vi que un puesto ya estaba abierto: *El Verdadero Campeón*. Pero aún se preparaban. Como a la tercera vuelta, me senté. Apenas ponían las veladoras a la charola de aluminio de la cochinita; en el sartén ya se freían las tortillas para los salbutes. Pedí un café con leche. Mientras esperaba que se calentara la cochinita —la tortilla aún no llegaba— alguien llegó, se sentó a mi lado y pidió un salbute.

Yo le di sorbos a mi café: hervía. Recordé, entonces, que el mercado Pino Suárez adquirió ese nombre al triunfo de la Revolución. Seguía aún a la orilla del río.

  • Como las tortillas no llegaban, pedí un salbute. Me lo sirvieron bien "agasajado": rodajas de aguacate, de tomate y cebolla curtida con habanero. Picaba, sí que picaba. El masoquista que me habita embicaba el café caliente para que la sensación fuera más extrema.

Evoqué la canción de Pepe del Rivero, esa que cuando cursaba la primaria cantábamos a todo pulmón, acompañados por el saxo del excelso maestro de música, Alejo Varela.

  • Di cuenta de tres salbutes y dos taquitos. Ya para entonces, la clientela había crecido. Pedí mi cuenta, pagué, di las gracias y me despedí. Aún estaba oscuro cuando bajaba las escaleras con mi café en mano, ensimismado en mis pensamientos: el mercado Pino Suárez fue construido, donde se ubica actualmente, cuando se hizo el malecón, a principios de los sesenta.

Tan absorto iba yo que no me di cuenta cuándo algún elemento de la cofradía de mis enemigos invisibles me quitó los últimos escalones y caí sobre mi rodilla derecha, como caballero enamorado en el medievo, sin derramar gota alguna de mi vaso de café.

A unos pasos, dos señoras mostraron su congoja por mi caída, que traté de borrar con sonrisa de hombre amable.

Ya en mi autito, al volante, con el aire alborotando mi rala cabellera, tarareé: