Benjamín Aranda va de retorno. Ciudadano de fe en su familia, en su trabajo, en sus compañeros, va al paraíso eterno que predicó en vida con la solidaridad, la sinceridad, el respaldo a retos de amigos; en la fotografía, proyectando entusiasmo y confianza.
La presencia de Benjamín está presente, su empeño digno es ejemplo para fotógrafos, reporteros, de aquellas mesas de redacción y de los lectores de periódicos, con olor a tinta.
Está en aquellas interminables pláticas, ora comentando la fotografía, la calidad del revelado, la composición, el uso de lentes, ora dando generosas sugerencias.
En una mesa de la cafetería de la calle Juárez dice que tiene un archivo de más de 400 mil negativos.
-Ahí está la historia de toda una época de personajes, de marchas, de bodas, de festejos -dice con el dejo de tristeza, de reclamo para sí -y para quien puede, pero no le interesa- de que esa historia termine en cenizas.
Tomás Rivas, el fotógrafo de los inicios de la lucha por la democracia del hoy presidente Andrés Manuel López Obrador, dice que aprendió de Benjamín Aranda a revelar, a recuperar y guardar los negativos, a clasificarlos.
-Él y su hermano Adán, eran los únicos que lo hacían con regularidad -recuerda.
De Benjamín Aranda son las fotografías monumentales del inicio de la segunda campaña de López Obrador en la Plaza de Toros de Villahermosa, el registro histórico de la ceremonia, planeada por Alberto Pérez Mendoza, la escenografía diseñada por el pintor Fontanelly Vázquez y el poeta Ramón Bolívar.
Con el peso de la renta, Benjamín cambia el estudio fotográfico a uno de los locales de la planta alta del mercado José María Pino Suárez, y asume su papel de locatario.
Es la época de Los Panchitos que ya crecieron, del arrebatón de la cadena y salir corriendo entre los vericuetos del mercado, y, en ocasiones, del navajazo que entretiene a policías y perseguidores para facilitar el escape.
Los locatarios organizan su comité de vigilancia y Benjamín da el paso adelante con el tolete en la cintura para dar seguridad a los marchantes.
Llega la modernidad y la reconstrucción de ese mercado, el derribe de las viejas instalaciones, hace que Benjamín se refugie en su fe.
Como ciudadano de fe predica y prodiga confianza.
Allá va Benjamín Aranda.