Cando el lobo solitario de la peluquería tabasqueña

Nacajuca, Tabasco.-

DE ACÁ Y DE ALLÁ

Se encuentra en el barrio El Carmen, en pleno Nacajuca. Ahí está la austera peluquería; Cando es su peluquero.

Serio al principio, harto conversador, una vez que toma confianza, es oriundo de la cuna de los peluqueros tabasqueños: Santuario, Jalpa, donde aprendió lo esencial del oficio.

Llegó a El Carmen hace algunos años y se ha hecho de una clientela fiel y platicadora.

La conversación, el diálogo, más que la habilidad técnica, es lo que determina las fidelidades clientelares, concluye este peatón después de charlar con el sagaz peluquero.

Los tiempos han cambiado, uno debe estar actualizado. Los jóvenes tienen ahora gustos especiales y, si no das con lo que te piden, nomás no la armas dice, mientras, con maestría, reparte tijeretazos a diestra y siniestra y luego pasa la brocha para sacudir los cabellos húmedos.

Ahora, en internet hay muchas páginas donde te dicen cuáles son los cortes que están de moda, y ahí me informo. Otras veces viene el chamaco y me enseña la foto del corte que quiere y, con una ojeada, lo dejo listo. Ya después me cae la chamacada pidiendo ese corte, añade Cando, sin asomo de presunción.

Su fortaleza está en el conocimiento del corte de cabello y el afeitado clásico: con navaja y técnicas tradicionales.

Este saber, enriquecido por años de práctica, lo ha llevado a realizar cortes como el Undercut, el Fade, el Pompadour, el Buzz Cut y el Mullet, entre otros, probablemente sin saber qué los estaba haciendo, apoyado siempre en la base del corte clásico de la escuela tabasqueña de peluqueros del Santuario, Jalpa.

Ahí está la base; de ahí partes para hacer todo lo que el cliente pide, asegura.

En la selva yokot´an de peluqueros, Cando es un lobo solitario. No acepta aprendices, no hace escuela.

Yo lo conozco, ambos somos de Santuario. Pero de que es bueno, es bueno el cabrón, admite un peluquero de la zona céntrica de la capital del huliche.

Mi padre solía decir, en los albores del siglo XXI, que peluquero que se preciara de serlo debía tener el alcohol a la mano y no esas cremas que el capitalismo había puesto de moda para aburguesar la masculinidad proletaria.

• Cuando un cliente de la vieja escuela pide, después de la afeitada, que Cando haga a un lado la cremita y ponga alcohol, este vierte de inmediato una generosa porción en sus manos y embadurna el rostro del interfecto, que, satisfecho, arruga el ceño y recibe gustoso el aire que, sacudiendo una pequeña toalla, el peluquero le brinda.

¡Oídlo, soberanos y vasallos!: en el barrio El Carmen, el arte de la peluquería tradicional goza de cabal salud.