La desgarradora leyenda del hombre que no quiso ponerle ofrenda a sus difuntos

En pleno Día de Muertos, se fue a beber con sus amigos y se burló de sus creencias. Esto fue lo que sucedió

El mes de octubre casi estaba por terminar, el clima claramente comenzaba a descender. Las calles comenzaban a tornarse color naranja. Señal inequívoca de que el Día de Muertos se avecinaba. 

La desgarradora leyenda del hombre que no quiso ponerle ofrenda a sus difuntos

Todos en el sitio hicieron lo mismo, todos excepto Felipe, un hombre sin grandes riquezas que creía fervientemente que dicha celebración era un invento de las más grandes esferas, tan solo para mantener distraído a los pobres.

En este punto de la historia conocemos a Hortensia, esposa de Felipe. Ella deseaba colocar una ofrenda, como cualquier mexicano en estas fechas. Pero la negativa de su marido era más grande y no soltó ni un peso para que la mujer pudiera montar su altar. 

Cansada de insistir y no obtener resultado,  Hortensia decidió lavar ropa ajena para tener su propio dinero y lograr su cometido y pese a que se esforzó, solo pudo adquirir un par de veladoras. 

Llegó la ansiada fecha, Día de Muertos y Hortensia seguía esperanzada de armar su ofrenda y pretendía ir a cortar leña a un monte. Para su mala suerte Felipe no se encontraba en casa, había ido a una pulquería a gastar su dinero en unos tragos con sus amigos. 

La plática de los ebrios camaradas giraba en torno a bromas y risas hasta que se llegó al susodicho tema de la celebración y el altar de muertos. 

El semblante de todos cambió y uno de ellos se soltó a llorar por su difunta madre pero, con nostalgia comentó que ya le tenía preparado un rico mole para que su espíritu disfrutara de los alimentos que disfrutaba en vida. 

Muy desatinada fue la reacción de Felipe al burlarse del comentario de su amigo, así que entre insultos, se retiró del lugar para dirigirse al monte y ahí se quedó dormido junto a un peculiar árbol de ocote. 

De repente al abrir los ojos, el hombre pudo distinguir una gran cantidad de gente que se dirigía a su comunidad y hasta la borrachera se le bajó al ver de pie a varios de sus vecinos que ya habían muerto. Incluso a sus padres. 

Tanta fue la sorpresa que Felipe no pudo más y se desmayó el resto de la noche y madrugada. En ese lapso, pudo ver a los difuntos muy contentos, llevándose los guisados y bebidas que sus familiares les habían dejado en sus respectivas ofrendas. 

Al recordar que había visto a sus padres, Felipe comenzó a buscarlos con la mirada y se llevó una desgarradora impresión al notar que ellos no llevaban consigo los deliciosos itacates, sino que cargaban un pequeño trozo de ocote quemado además la tristeza invadía sus pálidos rostros. 

Con el corazón roto en mil pedazos, Felipe corrió a gran velocidad a pedirle a Hortencia algo de comer para ofrecerlo a sus papás. Ella preparó frijoles y se los dio a su marido tan rápido como pudo, pero ya era demasiado tarde. 

El hombre no llegó a su casa y al día siguiente fue hallado muerto, con un gesto en el rostro que denotaba un profundo dolor y con el guisado tirado a su lado. 

Desde que la historia comenzó a propagarse por todo el país, se cree que quienes se niegan a montar un altar a sus muertos, estos dejan de cuidarlos y quedan a disposición de los entes malvados que hay en el otro mundo. 



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