Agenda Ciudadana

La Ausencia del Presidente

Al presidente le gusta ser centro de atención y esta semana lo consiguió de manera especial, mediante un video en el que hizo ver que la versión oficial de su ausencia era la correcta: no falleció, ni fue víctima de un derrame cerebral que le habría causado una hemiplejia, como se especuló estos días.  Es inevitable la pregunta. ¿por qué no se hizo presente desde el domingo mismo? ¿Por qué, si pudo acallar rumores no lo hizo? Difícil saberlo.  Varias pueden ser las razones.

Algunos columnistas, como Raymundo Riva Palacio, informaron que efectivamente había sufrido un desvanecimiento que le habría provocado un infarto que no resultó ser fatal.  Esta versión fue la más creíble de todas las que circularon en esos momentos.  En su intervención, el presidente reconoció el hecho; lo llamó “desmayo”.  Él afirma que no perdió el conocimiento y que ordenó ser atendido allí y no trasladado a ningún hospital.  Es posible.  Sin embargo, dado que su estado de salud no es óptimo, probablemente sí haya sido trasladado al nosocomio, donde se la habrá ordenado guardar reposo absoluto.  En tal situación, el vocero emitió un mensaje negando lo ocurrido y mintiendo, asumiendo posiblemente que ésa habría sido la respuesta que su jefe habría esperado, al tiempo que demostrando incapacidad profesional.  Se le encargó, además, a alguien tuitear—desde la cuenta del presidente—que había contraído Covid, por tercera ocasión.  Sea por las prisas, o por carecer de formación profesional en comunicación social, el emisor no tuvo el cuidado de revisar la forma en la que el presidente había anunciado sus dos contagios anteriores. El descuido tuvo consecuencias: la diferencia de estilos fue inmediatamente percibida por la ciudadanía; el mensaje careció de credibilidad, lo que se sumó a la torpeza de Jesús Ramírez: las especulaciones se desataron. 

La tardía aparición del presidente bien puede ser resultado de que, a pesar de que el infarto no fue grave, no estaba en condiciones de retomar ninguna actividad. Sin embargo, el comportamiento evasivo, y a ratos agresivo, del secretario de Gobernación no contribuyeron a tranquilizar a nadie. Si éste fuera el caso, sería prudente que en presidencia se reconociera que el proceder comunicativo no fue el correcto, por lo que las versiones fatalistas no tendrían tanto origen en las malas intenciones de muchos mexicanos, como acusó López Hernández, como en la falta de transparencia gubernamental.  El ambiente de especulación no habría sido intenso si los hechos hubieran sido dados a conocer tal como ocurrieron, sin dilación y sin alteraciones. 

Pero razones más retorcidas podrían haber retardado la aparición del presidente.  Una vez que se conocieron las versiones negativas, el presidente y su equipo podrían haber decidido aprovechar los yerros comunicativos y alimentar la incertidumbre con la intención de fomentar fantasías y temores entre la población.  La decisión podría haber sido pensada para capitalizar políticamente el evento.  Por un lado, el presidente había tenido una semana difícil. Había recibido críticas desde Estados Unidos por asuntos relacionados con los cárteles y el trasiego de fentanillo.  Por otro, su popularidad venía en descenso.

Además, le esperaba una semana (la que corre) que podría resultar complicada porque en el Congreso los morenistas deberían avanzar legislación que ampliaría la presencia social y el poder del Ejército.  Atizar la polarización resultaría (como, efectivamente, resultó) muy conveniente porque revitalizaría su popularidad y le vendría como anillo al dedo para centrar la atención en él y en su estado de salud y evitar, así, que adquiriera visibilidad, ante la opinión pública, el empoderamiento militar por parte de los diputados de su partido.  Adicionalmente, en la medida en que, lamentable y reprobablemente, se multiplicaron voces que no sólo dieron por hecho que el quebrantamiento de su salud había sido grave, sino que lo celebraron, el presidente se sentirá con mayor derecho a condenar, despreciar y enjuiciar a quienes él llama “adversarios” desde su tribuna matutina.  Un dato, importante, da fuerza a esta hipótesis: el video del miércoles está dirigido, por igual, a “amigos” que a “adversarios”.

Sea correcta la versión que sea, no podemos negar estar frente a varios hechos lamentables: por un lado, el refuerzo de la cultura política sustentada en una torpe fabricación de verdades a medias, cuyas principales consecuencias son la reproducción de la opacidad y el autoritarismo; por otro, la falta de profesionalismo de los equipos gubernamentales. Finalmente, la perpetuación del uso tramposo de los hechos para hacer avanzar prácticas políticas ajenas al interés público y realizadas sin transparencia, sin ética y sin pulcritud.