AMLO y la libertad de expresión

AMLO y la libertad de expresión

Varias publicaciones extranjeras han presentado a Andrés Manuel López Obrador como un Trump mexicano, como la respuesta mexicana a Trump, o como un político cuya posible victoria responda a pulsiones sociales parecidas a las que favorecieron al actual ocupante de la Casa Blanca. La analogía se explica en parte por la moda y la facilidad; en parte porque, en efecto, existe una tendencia global hacia los extremos, y AMLO es parte de esa ola; y también en vista de algunos rasgos comparables. Entre ellos, el más obvio, desde luego, reside en el nacionalismo económico: tanto Trump como Andrés Manuel creen en la auto-suficiencia, el primero en materia de acero, aluminio y automóviles, el segundo en el rubro alimentario, energético y maderero.

Pero existe otro atributo común a ambos políticos, que conviene resaltar. Federico Arreola, que conoce bien a AMLO, y simpatiza con él, sin ser acólito ni incondicional, publicó una apreciación hace unos días que me parece perspicaz y a la vez alarmante. Dice mi amigo Arreola –lo conocí a través de Luis Donaldo Colosio en febrero de 1994- lo siguiente: “AMLO tendrá el derecho de manejar el presupuesto de comunicación con los criterios que piense más beneficien a su gobierno, siempre y cuando sean legales, y por supuesto, la misma libertad que ampara a los medios para hacer su trabajo, la de expresión, autorizará a Andrés a cuestionar a cualquier crítico con él que no esté de acuerdo.” Los “fake news” de Trump, y sus respuestas, críticas o ataques a CNN, MSNBC, The Washington Post o The New York Times, no son otras cosa.

Muchos jefes de Estado o de gobierno se niegan a permanecer callados ante críticas de los medios de comunicación que les parecen falsas o injustas. Casi siempre pierden esas batallas, pero es comprensible que la incomprensión, la ignorancia o la mala fe de los medios en ocasiones exasperen a quienes realizan la difícil tarea de gobernar. En otros momentos, presidentes impopulares  dirigen réplicas amargas y ofensivas a determinados periódicos o columnistas –o conductores de noticieros de radio y televisión- porque ponen en evidencia –o en ridículo- sus errores, mentiras o escándalos.

Trump ha llevado al extremo esta costumbre esporádica y aislada. Denuncia por Twitter a un medio casi diario, y a veces a varios al mismo tiempo. Los insulta, los anatemiza ante sus seguidores –que no son pocos ni indefensos- y les cuelga el estigma de la falsedad, el sesgo y la intolerancia. ¿Y qué?

Y mucho. No es lo mismo una polémica con un colega, es decir con un par, que con el presidente de un país. En Estados Unidos, existe la Primera enmienda a la Constitución, que en teoría, en la mayoría de los casos, protege la libertad de expresión. Trump la amenaza, porque los grandes medios –salvo el NYT- son propiedad de grandes consorcios (el WP de Amazon, por ejemplo; MSNBC de Comcast, por ejemplo), que se ven obligados a ser sensibles a las presiones de la Casa Blanca. Pero en México, no hay Primera enmienda, no hay tradición de libertad de expresión, pero en cambio sí una rica tradición de auto-censura.

En verdad ¿salió Rubén Cortés de La Razón por mutuo acuerdo y convenir a sus intereses? O más bien ¿fue porque Morena sugirió que la primera plana dejara de ser tan crítica de AMLO, y los dueños decidieron acceder a esa petición, y Cortés no tanto? ¿Se trata de la primera victima de la auto-censura bajo AMLO? En México, el Presidente –que espero no sea López Obrador—no es un ciudadano de a pie en materia de libertad de expresión. No existe simetría alguna entre lo que dice, escribe o proclama, y lo que pueden sostener críticos, escépticos o fanáticos adversos. Si Arreola tiene razón –y creo que sí la tiene- podemos retroceder muchos años. Quienes comenzamos a escribir en los años setenta –sí, 70- lo sabemos bien.  

Por cierto, para seguir con algunos números estatales interesantes. De acuerdo con la encuesta de Reforma para Veracruz, AMLO obtiene 48% del voto, Anaya 36% y Meade 15%, en números efectivos. Según la del Centro de Estudios Estratégicos para el Desarrollo de la UdeG, en Jalisco, en votación “bruta”, AMLO logra 35.7%, Anaya 32.9%, y Meade 13.2%.  Se trata de los padrones tercero y cuarto del país. En Puebla, el quinto padrón, Meade saca 17% en la encuesta de Reforma (20 de junio). No sé si va a salir en segundo lugar gracias a los votos en Campeche (donde tampoco llega), en Hidalgo, o en Colima. En los estados más poblados, no.