Aprender a leer conociéndose; el nombre importa
12/07/2022
Recuerdo con mucho cariño a mi maestro de Historia en la Secundaria para Trabajadores número 17
Comentaba con los pacientes lectores algo que seguramente nos hermana: la forma en que iniciamos nuestros hábitos de lectura. Publicaciones esporádicas, revistas de comics, dramas y comedias como Memín Pinguin y Lágrimas y Risas.
Pero mi verdadero interés por la lectura, nació con los libros que llevó a la casa mi hermano Jesús Antonio, que por esos años ya estudiaba la preparatoria y yo la secundaria. Como le decía en otro texto, mi padre era un hombre culto y buen lector, pero pobre; tuvo muchos libros pero en su época de soltero los perdió todos en un traslado por ferrocarril.
Los primeros libros que atraparon mi atención y pasión fueron: Los tres Mosqueteros, La Máscara de Hierro, Ivanhoe, El Árabe, el Hijo del Árabe, que son los que Jesús Antonio había leído y llevado a la casa. Pero mis lecturas se interrumpieron uno o dos años, los mismos que esperé para reiniciar el tercer años de secundaria que había interrumpido porque comencé a trabajar.
Recuerdo con mucho cariño a mi maestro de Historia en la Secundaria para Trabajadores número 17, que nos hizo leer alrededor de cinco libros de la época Revolución Mexicana, entre otros que recuerdo: Los de Abajo, El Rey Viejo, Las Tierras Flacas, el Diosero…
Ya trabajando y luego estudiando la preparatoria me gustaba presumir a mis compañeros, obreros como yo, que siempre cargaba un libro y que podía leer en cualquier momento que pudiera aprovechar, en el camión, el Metro, el mejor lugar para leer sin duda. Posteriormente llegaron a mis manos obras que dejaron un hondo recuerdo en aquellos años: Los Miserables, y Crimen y Castigo.
Después muchos otros que fueron y no, parte de tareas escolares.
Mis inicios como lectora, me hacen recordar palabras de la socióloga polaca Irena Majchrzac, quien en albergues de niños indígenas y de varios estados, entre ellos Tabasco, investigó e implementó un sistema educativo para que los niños chontales y de otras etnias aprendieran el español y no perdieran su idioma.
Los años que ya tengo encima y la memoria que voy perdiendo me han hecho olvidar las palabras exactas de la brillante socióloga, que llegó a Tabasco invitada por la escritora Julieta Campos durante el gobierno de su esposo el abogado, politólogo, escritor y gobernador de Tabasco, Enrique González Pedrero.
Creo que en un pequeño libro que se llamó Simona, que leí alguna vez, ella sostenía que no es fácil para los niños indígenas chontales de Nacajuca, con los que trabajó, comprender y aprender el español debido a que en su entorno no han tenido contacto visual con la palabra escrita en español.
Ni siquiera tienen a su alcance un periódico. La importancia de los periódicos se comprenderá algún día. Por eso ella ideó un sistema de la iniciación de la lectura a partir del nombre de cada niño, separando letra por letra, que al principio lo sorprendía conocer cómo se escribía.
Me parece que igual sucede cuando queremos formar lectores. Cómo si los padres no leemos, no nos acercamos a la lectura. Los tiempos han cambiado, ya casi no existen comics que los niños puedan ver o leer y los que hay casi siempre son de pornografía y violencia...que casi es lo mismo.
Ya ni siquiera necesitamos dinero para comprar libros. Muchos de ellos pueden buscarse en la computadora o una biblioteca, pero para mis ojos de 73 años, es más fácil y placentero leer una obra escrita en papel.
Estos pensamientos llegaron a mí cuando, como le decía en otra colaboración, comencé a leer un nuevo libro, La Libertad, de Paco Ignacio Taibo II, que me obsequió un querido amigo y colega. Qué mejor celebración de la amistad que en la lectura.
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