Apuntes de muerte y amor; transitar el calendario

Los sábados la gente pudiera tener tiempo para ir a dejar sus afectos, sus lágrimas, meter junto al puño de tierra, un montón de recuerdos vanos, algunas partículas de hipocresía.

Desayunando con mi padre esta mañana llegamos a la conclusión que debemos morir un lunes.

Los sábados la gente pudiera tener tiempo para ir a dejar sus afectos, sus lágrimas, meter junto al puño de tierra, un montón de recuerdos vanos, algunas partículas de hipocresía.

El menú:  una mezcla  de espinas procesadas de atún aleta amarilla con dos pares de huevos criollos de una gallina chiapaneca, café traído de Guatemala, dos que tres cucharadas de azúcar para dulcificar el ambiente.

Lo miro y me encuentro como siempre en sus ojos en esa mirada de sargento de primera compañía en el ingenio, en el corte de caña en Santa Rosalía.

Está de pie con dificultad, tambalea como esas palmeras solas que mueren de aburrimiento en las playas de Miramar.

Lo miro así camaleónico, puede cambiar en segundos de la seriedad a la sonrisa.

Debemos morir un lunes dice. Yo propongo a las diez de la mañana que aún no se siente el calor, porque pudiera ser que estemos nada más medio muertos y ahí los dos metidos en esas cajas a la mitad de nadie, de nada.

A las diez está bien me dice, ya a esa hora los demás tomaron como nosotros su café, comieron su galleta y están listos para lo que el día proponga

Ahora el que intenta ponerse de pie soy yo, formarme en posición de firme, saludar.

Mi padre y yo nos miramos serios, sonreímos sincronizadamente.

En silencio sabemos que los sábados sólo mueren los valientes.

DOS PAREJAS DE BARRO

Sí, hay  veces que uno amanece a distintas horas del día, mírame aquí a las diez de la mañana despertando aún.

Abrí los ojos obligado por  algunos recuerdos a los que no les alcanzó la noche.

Ahí estabas tú, en los recuerdos, en  la noche  y  entre estos rayos de sol que se parecen tanto a lo forma en que me miras.

No siento vergüenza de decir que estoy domesticado. ¿Qué nadie ve ese látigo de luz desde la entraña de tus ojos? Esa voz que retumba y me re-nombra, esas manos que me rehacen indistintamente sin reclamos.

Como te amo cuando me cuentas todas esas cosas como si nunca las hubiese visto, como si fuera la primera vez que voy a conocerlas.

Porque entonces soy  de nuevo ese hombre sin pasado, aquél hombre primitivo junto al fuego al que le enseñaron sobre el cielo prehistórico la posición de todas las estrellas.

Me preguntas si me aburres y  sonrío, porque no hay nada más que desee que escucharte mientras tu mano coloca suavemente el telón de tu  cabello oscuro detrás de las orejas.

Conversar contigo es transgredir el reloj, transitar  sin calendario el camino distante de un misterio.

En el café me preguntaste si creía que tú y yo alguna vez cruzamos juntos la línea del destino.

No es que te fallara la memoria, supongo que preguntabas por los otros, esos nosotros que en algún lugar de otra historia  se tomaron de las manos, y se miraron tan honestamente que hasta la luz sintió pena de sus actos.

 ¿Puede el amor tener dos reinos y dos rumbos? Tener cuatro cuerpos cansados de buscar sombra en la ternura. Dos parejas de barro sobre el doble filo del eterno fuego.  (Cyrano de la Serra) (Título y subtítulo de la redacción)