Ausencia de piedad en la política; el horror sin valores como divisa

Ausencia de piedad en la política; el horror sin valores como divisa


*Agosto en Hiroshima y Nagasaki; un poder genocida

*Liquidar al adversario, atentado contra la democracia

*Aristóteles y las virtudes perdidas: justicia, tolerancia

EN MEDIO de la turbulencia de la vida diaria siempre es útil hacer un alto para respirar con calma y reflexionar. De lo contrario, nos asfixia la sensación de caos. Hoy quisiera compartir con los lectores la preocupación ante un pragmatismo feroz; cuando pareciera que todo es cuestión de precio y no de valores.

Un lugar común dice que “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. De esa frase socorrida por los políticos surgen varios errores de enfoque que, lamentablemente, van construyendo una conducta que es asimilada por la gente común. Pareciera que así debe ser la sociedad.

La primera de esas equivocaciones es hacer creer que se debe vencer a cualquier precio sin reparar en los medios utilizados (todo vale); otro yerro es la noción de exterminio y sometimiento del adversario (nada se comparte); un equívoco más es fabricar un enemigo a la medida, para eludir cargos de conciencia por avasallarlo.

Otro daño es el olvido de parámetros éticos. Se dice que en un principio la guerra era cuestión de honor y de mera defensa territorial ante ataques externos. Las pruebas hablan de un asunto inmoral: la decisión de derramar sangre. Y finalmente, el error mayúsculo: la ausencia de piedad en la guerra y la política.

La piedad no es lástima, debe aclararse. La lástima no mueve a la acción, pues define un proceso mental pasivo, de remordimiento inútil. En todo caso, se producen acciones que atropellan la dignidad humana. La piedad es otra cosa: hay impulsos humanos que mueven a ejecutar actos de ayuda solidaria para mejorar la situación de personas desprotegidas y desvalidas, sin menoscabo de su dignidad.

El vocabulario espiritual aparece en la política cuando hablamos de solidaridad y generosidad, aunque en México sean palabras gastadas. El fondo ético es válido: dar con un sentido constructivo y dinámico. Estos términos, solidaridad y generosidad, se relacionan con la piedad y la compasión, de franca procedencia espiritual. Las investigaciones con animales no han encontrado algo semejante. Tenemos lo mejor y lo peor: el hombre es cruel (conducta no presente en animales), pero también es compasivo (conducta que los animales, en el reino del instinto, también desconocen).       

Veamos, acudiendo a la paciencia del lector, un pequeño recorrido histórico para interrogarnos sobre la ausencia de la piedad en la política.

DE LAS TRINCHERAS A HIROSHIMA

ESTE AGOSTO 6 y 9 se conmemoró el 72 aniversario luctuoso del lanzamiento de bombas atómicas en Japón, que terminaron con la Segunda Guerra Mundial. Las ciudades de Hiroshima y Nagasaki fueron arrasadas por el hongo radioactivo cuyo centro es el uranio. Más de 60 mil muertos en cuestión de horas, sin contienda de por medio. Operación limpia y quirúrgica, según Estados Unidos y sus aliados. Operación carente de piedad, para los japoneses y la visión humanista de la política. Todavía hoy se resienten los  estragos del poder atómico: fue un paso firme hacia la insensibilidad en la política. Fue un adiós a la piedad.

Un primer paso hacia la crueldad comenzó otro 5 de agosto (de 1915) en la llamada guerra de trincheras entre Francia y Alemania. Un cuerpo a cuerpo que exterminaba la piedad y el sentido (ya precario) del honor en la guerra. El uso de gases venenosos para matar sin pelear figura entre los actos mayúsculos de violencia artera y crueldad. Un sobreviviente distinguido, el escritor alemán Hermann Broch, escribió sobre la guerra 1914-1919: “Esta época tenía valores de los que el individuo participaba a pesar de su condición de hombre medio (…) ¿cómo puede el ser humano, creador y partícipe de esos valores, ‘comprender’ la ideología de la guerra y aceptarla sin rebelarse?, ¿Cómo pudo coger un fusil, cómo pudo acudir a las trincheras para morir en ellas o para regresar a su trabajo, sin volverse loco?, ¿cómo es posible tal versatilidad?”

La respuesta pasa por la política cuando entroniza la guerra como única estrategia de éxito, con discursos de triunfalismo nacionalista. Lo vemos ahora en Venezuela, donde un presunto nacionalismo y antimperialismo aparece como justificante del autoritarismo y la arbitrariedad.

LA LECCIÓN DE LA ODISEA

EN UNA ESCENA de la Odisea, el Rey Néstor canta las maravillas de Ulises como estratega militar (suyo fue el ardid del Caballo de Troya),  pero se queja de él por “su mano blanda para gobernar”. Néstor, con esas palabras, representa el pragmatismo feroz que atraviesa épocas: “se gobierna con mano dura, o nadie te respeta”. De ahí que también recurran a una divisa (a medias) de Maquiavelo en su consejo a El Príncipe: “Es mejor se amado que temido, si no puedes ser ambos”. Olvidan que el florentino primero proponía buscar al empatía. Es una cuestión dramática para la política de todos los tiempos.

Los gobiernos quieren orden y lo buscan con mano de hierro, quitando lo que haga falta. Los gobernados quieren paz y prosperidad, pero no hacen mucho por transmitir a sus políticos las virtudes de la solidaridad y la generosidad. Se pierden así las virtudes (justicia, tolerancia, bien común) que Aristóteles encontró en la acción pública. La violencia vuelve con más fuerza, cuando se piensa que la política es como la guerra. De poco sirve el contrato social, democrático y republicano, si la política recicla escenarios de guerra. Y recicla violentos.

( vmsamano@yahoo.com.mx)