Agenda Ciudadana

8M: ¿Cómo Cambiamos?

A propósito de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, me había propuesto destacar la importancia cada vez mayor de las mujeres en todos los ámbitos de la vida social.  Me parecía necesario este esfuerzo porque sabía que abundarían los reportes que exhibirían los horrores que tienen que enfrentar las mujeres mexicanas, minuto a minuto, en todo lugar, por cualquier razón y en todas las clases sociales.  No perseguía ocultar o minimizar la subordinación y la agresión a la que se encuentran sujetas las mujeres, sino más bien, exaltar su fortaleza y carácter porque han conseguido serios avances remando a contracorriente.  Quería enfatizar que muy a pesar nuestro, muy a pesar de la avasalladora opresión masculina, las capacidades y los poderes femeninos poseen una impronta de cambio y de mejoramiento de la vida social que, a pesar de la larga historia de obstáculos impuestos por las masculinidades tóxicas, ellas han podido reformar algunas prácticas sociales y trascender. 

Había decidido, pues, presentar datos de cómo en los últimos treinta años el porcentaje de las mujeres en el mundo empresarial creció significativamente; ofrecer registros de su mayor participación en el sector de gobierno, de los múltiples y profundos cambios legislativos que favorecen la participación femenina en todos las áreas de la vida social y les ofrecen una cada vez mayor protección frente a los abusos de los hombres.  Quería referir datos de organizaciones mundiales que demuestran que cuando se otorgan apoyos a las mujeres ofrecen mejores resultados y generan menos conflictos que nosotros los hombres.  Era, el mío, quiero suponer, un buen propósito.  Sin embargo, en el momento de buscar y procesar la información requerida, caí en cuenta que la realidad invalidaba mi deseo.  Todo dato optimista resultaba opacado en contexto. 

Las mujeres, ciertamente, han sido capaces de conseguir ampliar las fronteras de su participación y de su presencia en la vida social; pero eso no ha significado que, en términos reales, sean más poderosas y estén menos expuestas a las violencias masculinas.  Sí, hoy hay más mujeres empresarias que hace treinta años; sin embargo, su participación queda circunscrita a unas cuantas ramas de la economía y sus negocios son más vulnerables que los de los hombres.  También hoy tienen más participación política que antes, pero aún no alcanzan las más altas posiciones en el sistema.  Sí, hay más y mejores leyes; no obstante, hoy también son más abusadas, violadas y asesinadas que hace treinta años.  Me quedó claro: apuntar los múltiples logros de las mujeres mexicanas, sin contextualizarlos, podría interpretarse como un acto patriarcal de maquillaje.

Esa conclusión me produjo una nueva irritación.  Así como las estadísticas muestran que actualmente las mujeres han conseguido ensanchar  las barreras masculinas, el activismo feminista también da cuenta de que hoy las mujeres han decidido elevar la voz y hacer expresar sin temor y a todo pulmón sus encabronamientos y necesidades y deseos de transformación social con resultados nada despreciables: ya no hay ámbito en el que no exista conciencia de que los hombres hemos construido un mundo con un profundo desequilibrio de género. Y sin embargo…. Y sin embargo, las estadísticas de la furia masculina no mienten: el discursivo es el único cambio que hemos registrado la gran mayoría de los hombres. 

¿Por qué, si existe un amplio consenso acerca de la opresión masculina, muchos hombres sienten cada vez más ira y la expresan más agresiva y destructivamente?  ¿Por qué si la mayoría de los hombres reconocemos  que la actual cultura está basada en prejuicios de inexistente superioridad masculina la refrendamos a diario, no obstante?  ¿Por qué nos llenamos la boca de expresiones a favor de la equidad pero nos negamos a modificar nuestros comportamientos?  ¿Por qué miles de mujeres son abusadas, maltratadas, ignoradas, violadas y asesinadas al mismo tiempo que altisonantes discursos las exaltan y defienden?

Una posible respuesta es que confundimos el cambio social con el discursivo.  Creemos que con manifestarnos a favor de la igualdad la hemos conseguido.  Ciertamente, el cambio social se promueve desde el lenguaje.  Pero no basta.  La realidad cambia cuando las prácticas sociales tradicionales son sustituidas por otras.  El verdadero cambio cultural ocurrirá cuando nuestras formas concretas, cotidianas de convivencia se rijan por una nueva lógica, por una nueva y completamente diferente manera de entender al mundo.  Eso no lo hemos hecho, a pesar de que repetimos el discurso de la igualdad. 

Ese camino tenemos que empezar a caminarlo.  Nos corresponde a nosotros, los hombres, iniciar esa marcha, para coronar exitosamente las de las mujeres.