Alta concentración de la riqueza; pocas esperanzas de mejoras distributivas

A partir de 1995, el Banco Mundial ha emprendido otra cuantificación de la riqueza sobre la base de una metodología distinta a la del Credit Suisse

A partir de 1995, el Banco Mundial ha emprendido otra cuantificación de la riqueza sobre la base de una metodología distinta a la del Credit Suisse. Al efecto, distingue tres de sus principales componentes: riqueza producida, riqueza humana y riqueza natural. La riqueza humana se mide por la suma de las percepciones durante la vida de trabajadores y personas; la riqueza producida por el valor de los activos vinculados al ahorro y la inversión; la riqueza natural resulta de la cuantificación valorativa de tierras y recursos naturales. Desde luego, las estimaciones se sustentan en compleja información de diversas fuentes y de supuestos lo más realistas posible.  

Esas estimaciones de la riqueza, muestran diferencias sustantivas con otras fuentes, pero guardan fidelidad a los precios expresados en los mercados. El Banco Mundial estima que la riqueza entre 1995 y 2018 asciende menos a la calculada por el Credit Suisse, reflejando coberturas y métodos distintos de cálculo. Sin embargo, ambas estimaciones, observan disparidades distributivas enormes entre zonas y países, así como en el reparto del ingreso por estratos sociales. 

Entre 1995 y 2018, según dicha fuente, la tasa de ascenso de la riqueza mundial fue apenas del 2.9% anual, mientras el producto lo hizo al 3.6%, lo que pone en duda las verdaderas tendencias históricas. La riqueza producida (cercana a la evolución de inversión) subió al 2.7% y la riqueza humana al 2.3% anual.  De otro lado, se observan diferencias nacionales considerables, así en 2018 las naciones de la OECD contaban con más de la mitad de la riqueza global, mientras las de bajo ingreso apenas alcanzaban el 1%.

Se aprecia, sin embargo, cierta convergencia en el ingreso de los países. Parte importante del acercamiento corresponde a las naciones de ingreso medio alto (entre los que destaca China). Estas últimas, pasan de poseer el 18% (1995) a alcanzar el 32% (2028) de la riqueza universal. Sin embargo, observan mayúsculas separaciones distributivas por estratos de ingreso. Así, el 50% de la población pobre del planeta disponía de menos del 4% de la riqueza y menos del 17% de los ingresos en 2021. En contraste, el 10% de la población opulenta, acumulaba tres cuartos de la riqueza y contaba con más de cinco veces del ingreso medio general. 

Los datos del reparto per cápita de la riqueza son igualmente contrastantes. En tanto la riqueza por individuo en la OECD alcanzaba 160,167 dólares (2018), la de zonas de ingreso más bajo sólo disponía de 11,462 dólares, eso es, casi catorce veces menos.  

Por dramáticas que resulten las estimaciones del Banco Mundial entre países, son expresión de diferentes procesos históricos de modernización económica, social, jurídica y política, de diferentes modos de acumulación de conocimientos, capital o tecnología que, hoy por hoy, privilegian al Primer Mundo.

Sea como sea, el tamaño de los activos es resultado obviamente del sistema económico y es determinante subsecuente del reparto del ingreso. Al respecto, el cociente entre riqueza e ingreso, después de caer durante la última guerra mundial, ha recuperado terreno hasta ubicarse entre 4 y 6 veces del producto en los países avanzados, esto es, al mismo nivel de inicios del Siglo XX. La altura y las variaciones de ese coeficiente de 1970 a la fecha, no auguran mejoras distributivas mayores en el futuro inmediato, cuando, además, coinciden en la oferta global debilitada o incierta. 

(* David Ibarra Muñoz, Santiago de Querétaro, Querétaro, 14 de enero de 1930. Es un reconocido economista mexicano; fue secretario de Hacienda y Crédito Público de José López Portillo de 1977 a 19821 y actualmente es miembro de los consejos de administración de Grupo Carso y América Móvil, además de profesor de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México. Títulos y subtítulos del editor).