Conservemos la calma, que todavía no es objeto de casa de empeño

Conservemos la calma, que todavía no es objeto de casa de empeño

Estamos tan acostumbrados a perder que ganar nos enfada lo que ahora nos pasa con el anuncio de inversiones gigantescas en el estado y nos hemos puesto contentísimos porque dicen que no tarda y empieza a correr el dinero. Los envidiosos no descansan nunca y en esta semana, un tal Carlos Mota, ha venido a asegurar que la refinería proyectada para Paraíso que ya no va. Como vacuna a tiempo el propio Andrés Manuel López Obrador ha avisado que pronto viene al terruño para que sea él, personalmente, el que nos de las buenas noticias. Vaya lo uno por lo otro. Es un buen momento para estar alegres. No sólo porque cualquiera lo es, sino porque ahora, aunque no tengamos bastantes motivos, tenemos suficientes excusas. La alegría es una finalidad y no se sabe bien por qué los pobres son menos recatados que los ricos para expresarla. Acaso sea porque por su puerta no suele pasar tan importante señora y cuando se decide a entrar la pasan antes por la cocina que por la cama. Las cosas siguen estando trágicas, dramáticas, muy mal pero el futuro se presenta un poco menos peor y el terco enfermo de crisis crónica que es en estos momentos Tabasco, sonríe. Que nadie se pregunte cuánto dura la alegría en la casa del pobre porque es mejor no saberlo. Lo que sí nos gustaría conocer a todos, pobres y ricos, es como vamos a acabar el año, o si no nos lo vamos a acabar que parece que es lo que pinta. Los acreedores particulares que todos tenemos se están poniendo más pesados que un collar de melones, como dicen en audaz metáfora los nacos que saben silbar más fuerte cuando se meten las manos en los bolsillos. Tanta presión deudora nos está poniendo locos, alterados como mínimo. Dicen que la psiquiatría es el único negocio donde el cliente nunca tiene razón, ya que la ha perdido antes de entrar. Todo inclina a pensar que hoy en Tabasco esa locura asociada con la incertidumbre en grado superlativo se trata de una pandemia y yo, por si valiera también para eso, me he vacunado contra la gripe. Lo que debe darnos verdadero pánico es ese tipo de locura limítrofe con la bien asentada salud mental que estalla de pronto. Ni siquiera el gran Nietzsche se volvió loco de repente. Vio venir el deterioro de su prodigiosa cabeza y fue eso lo que aceleró el derrumbamiento. Claro que no hay que confundir a los locos con los maniáticos, ni mucho menos con los majaras, que se subdividen en majarones, palabra que siempre incluye un deje despectivo, y la más cariñosa de majareta. ¿Quién se ha dejado abierta la puerta de la caja fuerte para que entre ese viento de locura? Parece que les ha afectado también a muchos políticos, que no hacen otra cosa que meter la mano en el poco dinero en existencia, pero como a esos les aflige en su mayoría una cierta ventolera, no sería justo echarles la culpa. Trataremos de conservar la calma, que es lo único que se puede conservar porque no es objeto de casa de empeño. ¿O ya se puede empeñar la paciencia?