CONSTANTINO, EL CARNICERO

El cristianismo nació entre los indigentes. Los primeros cristianos fueron los desposeídos

El cristianismo nació entre los indigentes. Los primeros cristianos fueron los desposeídos, que incluso vivían en cuevas. Esto provocó que el imperio romano los relacionara con delincuentes, y los persiguiera más como tales, que por sus propias creencias. Roma, al principio de nuestra era, estaba poblada por más de un millón de habitantes. Los soldados que regresaban  traían las más diversas creencias de los lugares conquistados. Así, la religión más practicada en Roma, al inicio del cristianismo, era la de Mitra, el dios solar traído de Persia y de la India, y ningún seguidor de Mitra era perseguido.

El primer reconocimiento del cristianismo desligándolo de la delincuencia, lo otorgó el emperador Galerio, en el 311, al emitir el “Edicto  de Tolerancia de Nicomedia”, en el que se concedía “indulgencia a  los cristianos y se reconocía su existencia y libertad, por nuestra seguridad y la de la república, para que ésta continúe intacta”. Nicomedia, fundada por Nicómedes, rey de Bitinia, posteriormente Nicea y actual Izmit, en Turquía, cerca de Estambul.

Al abdicar Diocleciano en el 305, quedó como emperador de occidente Constancio Cloro que muere en Britania el 306 y las tropas allí estacionadas proclaman emperador a Constantino, que emprende una larga serie de  batallas  hasta vencer a Majencio en Puente Milvio, el 312, tomando Roma y asumiendo  plenamente como Emperador de Occidente.  Las batallas y las muertes son tema de Constantino y continuaron hasta 323, en que después de la victoria de Adrianópolis, vence a Licinio, Emperador de Oriente, y se proclama como Emperador absoluto.

Antes, ya como Emperador de Occidente, el 313  emite el EDICTO DE MILÁN (Edictum Mediolanense) que firma mancomunadamente con el Emperador de Oriente Licinio, decretando la libertad religiosa en todo el Imperio, confirmando con ello el anterior edicto emitido por Galerio.

Constantino ve en la nueva religión cristiana un medio muy efectivo de sometimiento y control del pueblo. Convoca al primer Concilio de la Cristiandad, en la anterior Nicomedia, ahora Nicea, en que se apoya la teoría  trinitaria de Atanacio, Obispo de Alejandría, hoy santo en  la Iglesia Copta, en la Iglesia Católica, en la Ortodoxa, en la Anglicana y Padre de la Iglesia Oriental. Nace el CREDO DE NICEA,  sustento hasta hoy de la religión católica, pero también nace la intolerancia: por primera vez se persigue a los judíos, y se combate a los arrianos y a los donatistas, que exigían la pureza de los sacerdotes. Después  seguirían los valdenses (los pobres de Lyon), la cruzada de exterminio de los  albigenses o cátaros, ordenada por el Papa Inocencio III (maten a todos, Dios escogerá a los inocentes), la “santa” inquisición, etc. etc.

Constantino apoyó la nueva religión por razones políticas, pero no se convirtió a ella, sino hasta días antes de su muerte, en 337, en que se dice que pidió ser bautizado.

Sería hasta el 27 de febrero de 380 cuando mediante el Edicto de Tesalónica, el Emperador Teodosio, último gobernante romano absoluto, ya que a su muerte el imperio quedó definitivamente dividido,  proclamó al cristianismo niceno como religión de Estado, y prohibió cualquier otra religión en el Imperio Romano.  Nacía la  noche  de la edad media y la intolerancia absoluta.

Constantino tiene un historial de sangre verdaderamente tétrico: guerreó 6 años para llegar a Emperador de occidente, y 10 más para ser Emperador absoluto, causando una gran mortandad. Mató a casi todos sus enemigos políticos, entre ellos a muchos miembros de su propia familia, ejecutando a su propio cuñado, a su segunda esposa e incluso a su mismo hijo primogénito. Así nacía el cristianismo.

Harto de Roma, trasladó la  capital  del imperio  a un pueblo cerca a Nicomedia, la antigua capital de Bitinia y del Imperio de Oriente, en la desembocadura del Bósforo al mar de Mármara, llamado Bizancio (la ciudad de Bizas,  por su fundador 8 siglos antes), al que le impuso el nombre de Nueva Roma, que pronto dejó de usarse para llamarla Constantinopla, la ciudad de Constantino, hoy la espléndida Estambul.