OPINIÓN

Convertir los conflictos en problemas
30/04/2021

Es un hecho indiscutible que en México en general, y en Tabasco en particular, vivimos un ambiente políticamente complicado que sin darnos cuenta nos ha llevado a la polarización de los ciudadanos con consecuencias todavía imprevisibles, pero que no auguran nada bueno. Nuestros políticos parecen empeñados en encontrar conflictos en los que enlodarse contra el contrario, en donde debía de haber problemas y ellos aportar soluciones en solitario con sus partidos, o en consensos pactados solidariamente civilizados en base al concepto “Bien Común”. El giro hacia el autoritarismo está haciendo sonar alarmas que nos empeñamos en no escuchar. Ejemplos de lo anterior hay a montones y a diario, y en Tabasco, podemos citar como emblemático el del famoso y falso “error de cálculo” del puente de avenida Universidad que no fue tal, que nunca existió, pero que bien manejado por una minoría hábil en el uso de las Redes Sociales dividió aún más a nuestra sociedad, que ya se ha acostumbrado al insulto y a las amenazas a los que piensan diferente. De ahí a la violencia física hay una línea muy delgada que en cualquier momento puede sobrepasarse. Acciones como estas están siendo calificadas por los estrategas como “una guerra relámpago” para instaurar la “democracia no liberal”. El concepto de “democracia no liberal”, fue un intento de describir regímenes que celebraban elecciones, pero no respetaban el Estado de derecho y anulaban sistemáticamente los controles y contrapesos constitucionales de sus sistemas políticos. Fue una idea nacida de la desilusión. En los días de júbilo que siguieron a la caída del comunismo, prevaleció una especie de éxtasis democrático: se había alcanzado el “fin de la historia”, y parecía que las elecciones, las instituciones representativas y el Estado de derecho irían siempre de la mano. Pero los recién empoderados electorados pronto empezaron a votar en mayorías que usaron sus poderes para oprimir a las minorías y violar los derechos fundamentales. La conclusión era obvia: la democracia por sí sola no bastaba. Era necesario fortalecer el liberalismo (la protección de las minorías y de las libertades civiles individuales). La palabra “liberalismo” no significa lo mismo para todos. Ha empezado a usarse para describir el capitalismo sin límites y la total libertad de elección en materia de estilos de vida personales. Pero eso no implica que no comprendan o no acepten la importancia de los derechos de las minorías en una democracia efectiva (después de todo, las minorías pueden volverse mayoría en la próxima elección). Tampoco que crean que las instituciones no surgidas del voto, como los tribunales constitucionales, fueran de algún modo antidemocráticas. Asocian el “liberalismo” con el individualismo, el materialismo y, muy a menudo, el ateísmo; pero ser antiliberal no implica rechazar la importancia de los derechos civiles o de las instituciones independientes. Una elección, al fin y al cabo, puede no ser democrática incluso si el partido gobernante se abstiene de adulterar el contenido de las urnas. Si a los partidos de la oposición se les impide plantear sus argumentos al electorado y los periodistas no se atreven a informar de los errores del gobierno, las urnas ya están adulteradas. No es coincidencia que muchas de las democracias que surgieron tras la caída del comunismo instituyeran tribunales constitucionales para proteger los derechos y preservar el pluralismo. Estas instituciones son sostenes y garantes últimos de la democracia.



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