Cortarle las alas al viejo régimen

Se despacharon Felipe Calderón y el Estado Mayor Presidencial con la cuchara grande

No lo quiere ni Trump. Tampoco los jeques árabes ni los billonarios más excéntricos. Ningún dictador se atrevió siquiera a hacer una oferta. Nadie quiere ese avión que compró Felipe Calderón y en el que Enrique Peña Nieto y su corte recorrieron el mundo.

Un avión que se ha convertido en una trágica metáfora del viejo régimen: de sus excesos, de sus crímenes, de su tenaz y desesperada resistencia a desaparecer, de cómo nos toca a todos participar en la tarea de deshacernos por completo de él.

El segundo día del mandato de Andrés Manuel López Obrador recorrí, con la cámara al hombro, el avión presidencial. Entré a la recámara de Peña Nieto; cama king size, baño completo, closet y gabinetes de caoba.

Recorrí la sección destinada a los miembros del gabinete, familiares y cortesanos que lo acompañaban, y la sección para la prensa que cubría, con los gastos pagados, sus viajes y cantaba sus alabanzas.

Se despacharon Felipe Calderón y el Estado Mayor Presidencial con la cuchara grande. No escatimaron en gastos, total el dinero era de las y los mexicanos; ordenaron al fabricante que les hiciera un avión a la medida; un “palacio flotante” para el que tuvo que construirse -con un costo de mil millones de pesos más- un gigantesco hangar.

Un avión del tamaño del ego de un hombre que, enarbolando una bandera manchada con la sangre de otros, se decía el “salvador de la patria”. Un avión destinado a ser utilizado por otro, de ego también desmesurado, que se presentaba como el “gran reformador”.

Nunca viajó Calderón en el avión, pero sacó enorme provecho del mismo. Fue esta aeronave parte del pago que, por adelantado, hizo al PRI y a Peña Nieto a cambio del manto de impunidad que lo cubrió durante seis años y le permitió operar con libertad su proyecto de reelección simulada.

Ese avión es insultante como la desigualdad social que, producto del sistema neoliberal y de la corrupción imperante por casi 40 años, divide a México entre unos pocos que lo tienen todo y las grandes mayorías que carecen de lo más elemental para sobrevivir. Su lujo indigna, avergüenza, ofende.

Un avión así es tan absurdo como entregar a monopolios farmacéuticos patente de corso para surtir a su antojo y a precios exorbitantes  los medicamentos necesarios para el sistema de salud pública. Absurdo e irracional fue convertir a los pacientes, y al Estado mexicano que debe velar por su salud, en rehenes de un puñado de empresarios venales.

Un avión así es tan desmesurado como el presupuesto destinado por Calderón y Peña Nieto a la publicidad oficial y como la partida de miles de millones de pesos -que bajo la mesa y contra la ley- emplearon para hacer de la prensa, la radio y la TV sólo un espejo de su vanidad y su infamia.

Un avión así es un crimen. Como crimen es que Genaro García Luna, super policía de Vicente Fox, mano derecha de Felipe Calderón, contratista de Peña Nieto, estuviera, mientras dirigía la guerra contra las drogas, a las órdenes del Cártel de Sinaloa, recibiera dinero del mismo e hiciera con el dolor y la muerte un enorme y sucio negocio.

Como el avión, que nadie quiere comprar y que está aquí en México, aferrados a parcelas del poder que mantienen a punta de plata y plomo, infiltrados en todas las esferas de la vida pública, siguen corruptos y criminales. Emulando la acción solidaria de quienes apoyaron al general Lázaro Cárdenas tras la expropiación petrolera, deshagámonos primero del “palacio flotante” de Calderón y Peña, y después pasemos a ocuparnos, entre todas y todos, de terminar de cortarle las alas al viejo régimen.