Crónicas
26/12/2025
Café, ciencia y pachita en el corazón de Villahermosa
En el Centro villahermosino, un café basta para abrir portales: Abraham Reynoso, Carlos Arturo Jiménez, Jacobo Grinberg y Pachita se sentaron conmigo —sin pedir permiso— a conversar sobre ciencia, fe y memoria, mientras la tarde se deshacía en lluvia.
Ayer, en una de esas incursiones al Centro villahermosino, en el café La Cabaña, me encontré al maestro Abraham Reynoso —una institución—. Lo acompañaba su compadre Carlos Arturo Jiménez. Me invitaron a sentarme. Honrado, me acomodé y pedí un americano. El tema, sin rodeos: Jacobo Grinberg y Bárbara Guerrero, Pachita.
—No se me olvida que hace veinte años mi compadre dijo que este siglo XXI daría respuestas científicas a fenómenos como la telepatía, la telequinesis y otros asuntos hoy etiquetados como paranormales —dijo el maestro Carlos Arturo, señalando a un sonriente Abraham Reynoso—, fundador en Tabasco, hace más de cuarenta años, del Club de Ciencias Arturo Rosenblueth.
Entonces hablaron de Pachita y del registro que de sus operaciones dejó Jacobo Grinberg, científico desaparecido de manera misteriosa. En la charla me informan: Grinberg investigó sus cirugías psíquicas y curaciones milagrosas aplicando la física cuántica y la teoría sintérgica, con la que intentó explicar cómo ella manipulaba la materia y la energía, modificando la lattice o red espacio-temporal para sanar. Un trabajo que marcó profundamente su visión de la realidad antes de su desaparición, en 1994. Escucho atento: es un tema que no había topado.
La siguiente parada fue la coctelería El Rock and Roll, donde son recibidos con reverencia por Ramón, la popular Rata. Por ser Navidad, sólo había cócteles y salpicón de robalo; se justifican, dolientes. Optamos por el salpicón. Y ahí, otra clase, ahora de microhistoria.
Lo que hoy es el Rock and Roll era antes una mesita en la esquina de Madero y Reforma, frente a Almacenes Rodríguez. Ahí estaba el hotel El Tabasqueño, un hotel para gente que venía del campo: las camas eran catres de tijera.
—Yo trabajaba ahí barriendo los cuartos, lavando inodoros. Un pariente tenía una peluquería y me recomendó para el trabajo. Él me mandaba a comprar su cóctel con don Mario Ortiz, fundador de esta coctelería emblemática de la ciudad.
En la charla me entero de que Carlos Arturo fue alumno del maestro Reynoso y que durante años estuvo a cargo del bar del hotel Miraflores. Hombre ansioso de conocimiento, informado, era tratado con deferencia por don Carlos Cabal, dueño del lugar.
—Mientras él tomaba café me llamaba para platicar. Me preguntaba de temas diversos. Tenía un conocimiento bastante sólido sobre la Biblia y entrábamos en debate.
Sin embargo, esa deferencia le acarreó la tirria de sus compañeros de trabajo.
—Creían que yo era el sapo y que lo que platicábamos era de trabajo, pero no. Don Carlos, como yo estudiaba, ordenó que me dieran un horario flexible, y eso los encabronaba.
La tarde se fue sin avisar, como suelen irse las conversaciones que importan. Afuera, la lluvia caía terca y clara, lavando el Centro villahermosino. Nos fuimos los últimos, con la sensación de que, por un par de horas, la ciencia y la fe compartieron mesa sin pelearse, y que a veces un americano basta para abrir portales y volver a mirar la realidad con otras preguntas.
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