OPINIÓN

Cuando pase todo esto
17/03/2021

Hace ya un año que la transmisión de un virus, de alto nivel de contagio y completamente desconocido por su capacidad de dañar nuestra salud, logró encerrar en sus caras, literalmente, al mundo entero, y frenar súbita y drásticamente la actividad económica a nivel global. Ha sido un año de reinventar formas de estar, de vivir y convivir, de construir y de idear una “nueva normalidad”.

A lo largo del encierro, las horas han pasado entre la necesidad de generar nuevas costumbres para lidiar con la vida en casa y la frustración por encontrar pocos espacios, recónditos y breves momentos para recuperar la vida fuera, aunque sea a medias y con restricciones. La posibilidad de un paseo eventual en los viejos lugares de siempre no deja de provocar cierta nostalgia por el tiempo en que era factible hacerlo sin usar un cubrebocas, sin tener que tomarse la temperatura y frotar las manos con gel, y sin tener que guardar un metro y medio de distancia con los más próximos congéneres. La ocasión para saludar a los amigos aún deja una sensación de insatisfacción ante el recuerdo de cuando era posible hacer una reunión numerosa, en la que pudiera brindarse en persona y no a través de las pantallas, compartiendo no solamente las imágenes, sino los lugares y momentos. Ha sido, pues, un año en que, repetidamente, hemos construido planes “para cuando pase todo esto”.

Con la llegada y avance de las vacunas, ese momento parece no solamente muy cercano, sino que, en muchos aspectos de la vida, prácticamente se ha asumido que ya ha llegado. Nos encontraremos, ahora, en el tiempo de descubrir si el mundo después de la pandemia será verdaderamente nuevo, de manera normal y cotidiana, o si con la recuperación de las actividades públicas los cambios que nos llegaron a parecer permanentes efectivamente subsistirán.

Podemos aventurar que el mundo que viviremos cuando pase todo esto no será, en muchos aspectos, muy distinto del que conocíamos antes. Muchas actividades, como aquéllas que calificamos de esenciales, realmente no cambiaron. La agricultura y la industria, por ejemplo, han seguido y seguirán produciendo, requiriendo la presencia de sus trabajadores para realizar las labores que no pueden completarse desde casa. Quienes vivían al día, siguieron saliendo a luchar por la subsistencia diaria todos los días, y seguirán haciéndolo, con las mismas enormes dificultades, después del indefinido día en que “todo esto pase”.

Otros ámbitos de nuestra vida, pospuestos y cancelados hasta ahora, regresarán, probablemente, incluso, con mayor ímpetu. La recuperación de la actividad de la industria restaurantera, a los niveles previos a la pandemia, es no solamente un anhelo de los empresarios, sino de los propios consumidores que, en cuanto tengan la oportunidad de concurrir en aforos al cien por ciento, no dudarán en aprovechar el pretexto para abandonar sus hogares y romper con la rutina diaria. Como no dudarán en abarrotar, en tanto las medidas sanitarias y la economía lo permitan, los centros vacacionales.

Si acaso, algunas actividades tardarán un poco más en recuperarse. Al menos por un par de años, es probable que exista un mayor deseo de viajar por tierra, en un vehículo propio, que hacerlo por aire, compartiendo un vuelo con un centenar de personas, lo que supondrá un momento de recuperación para la industria automotriz, pero una reactivación más lenta para las aerolíneas. Del mismo modo, tomará un tiempo para que la gente vuelva a preferir acudir a los cines, en vez de disfrutar las películas desde la comodidad de su casa, o para que vuelva a adquirir ciertos productos en las tiendas, en vez de hacerlo simplemente en línea. La posibilidad de desempeñar desde casa las labores propias del mundo corporativo y los servicios profesionales durarán tanto como lo permita nuestra vieja y oxidada cultura laboral.

Cuando pase todo esto, la vida continuará. Poco habrá cambiado con la nueva normalidad. Habrá un mundo con nuevas enfermedades, pero también con nuevas vacunas y tratamientos. Será un mundo con nuevas tecnologías, pero con los mismos deseos, sueños, aspiraciones y formas de ser que dicta nuestra naturaleza humana. Celebraremos con júbilo el gozo de reencontrarnos en el espacio público, pero eventualmente enfrentaremos de nuevo nuestros viejos problemas. Igual que antes, habrá riqueza y habrá pobreza; habrá solidaridad y habrá maldad; nos alegraremos por poder socializar, y nos pelearemos por nuestras propias carencias para vivir en sociedad.

Ahí seguirán héroes y corruptos, y tendremos muchos de los mismos pendientes, y algunos más, por resolver en nuestra vida pública. No habrá un nuevo e idílico orden mundial; solo nuestras mismas instituciones, con todas sus reglas y prácticas; esas que hemos construido, perfeccionado y revisado, una y otra vez, por siglos, y que conforman lo que solemos llamar nuestro “orden económico y social”.

Cuando pase todo esto, habrá que congratularnos por salir adelante una vez más. Pero habrá, también, que tomar aliento y seguir adelante, pues cuando pase todo esto, seremos, de nuevo, solamente nosotros mismos, para bien y para mal.



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