De los códices al EPUB
25/04/2025
La evolución de la lectura como puente entre mundos
En una sala del Museo Nacional de Antropología, varios códices prehispánicos, cuidadosamente resguardados tras un cristal, parecen contemplar el ir y venir de los visitantes. Cada glifo pintado a mano sobre tiras de piel o papel amate, cada escena que narra mitos, genealogías y rituales, es testimonio de una civilización que concebía la escritura y la lectura como una experiencia sagrada.
En este museo tuve la oportunidad de admirar, hace siete años, dos de esos documentos excepcionales: el calendario de Venus y un texto adivinatorio de los mayas del periodo Posclásico Temprano (900–1200 d.C.), considerados los manuscritos legibles más antiguos de Mesoamérica. Ambos habían sido restaurados y exhibidos como parte de la muestra "Códice Maya de México. Eslabón, fuente y testigo".
Hoy, a más de ochocientos años de distancia, muchos jóvenes leen a Sor Juana, Shakespeare o Cervantes en sus Kindle mientras toman café. ¿Qué puente invisible une esos dos mundos? ¿Qué hilos sutiles conectan una página de glifos con una pantalla retroiluminada?
La historia del libro en Hispanoamérica es también la historia de su resistencia, de su adaptación y, más recientemente, de su digitalización. Desde los códices mayas y mexicas —que combinaban imagen, símbolo y texto en soportes que eran tanto libros como obras de arte— hasta los archivos EPUB interactivos que ahora se descargan en segundos desde cualquier punto del planeta, el acto de leer ha mutado tantas veces como nuestras formas de ver el mundo.
Antes de la llegada de los europeos, los pueblos originarios del continente ya habían desarrollado sistemas de escritura complejos. No eran alfabéticos, pero sí profundamente simbólicos y estructurados. Los códices no solo eran libros: eran además mapas, calendarios y oráculos. Su elaboración requería de un especialista, un "tlacuilo", término náhuatl que designaba a los ilustradores, escribas y sabios encargados de confeccionar estos manuscritos. Su lectura era una ceremonia. No se leían en soledad, sino en comunidad. No se leían en silencio, sino en voz alta, con ritmo, con música, con danza.
La Conquista no solo trajo la espada y la cruz; también introdujo el libro impreso, un poderoso instrumento de transformación cultural. La imprenta se estableció en México —antes virreinato de la Nueva España— en 1539, de la mano del italiano Juan Pablos, convirtiéndose en la primera de toda América. Ese mismo año, según los registros, se publicó el primer libro: una edición de "Breve y más compendiosa doctrina cristiana en lengua mexicana y castellana", escrita por Fray Juan de Zumárraga.
La imprenta fue una herramienta clave en la difusión del conocimiento, la evangelización, la unificación lingüística y la preservación de la memoria histórica. El alfabeto latino reemplazó a los glifos y, poco a poco, la oralidad cedió terreno a la lectura silenciosa, introspectiva e individual.
Durante siglos, los libros impresos dominaron. Las bibliotecas se convirtieron en santuarios del saber; las editoriales, en celosas guardianas del canon. No obstante, la llegada de Internet alteró las reglas del juego y reconfiguró el paradigma. Surgió el PDF, luego el MOBI y, finalmente, el EPUB: un formato flexible, ligero y adaptable. El libro electrónico dejó de ser una promesa futurista para convertirse en una realidad cotidiana.
Hoy, leer en una pantalla no es solo una alternativa; para millones, es la única vía. Un estudiante en una comunidad rural de México puede acceder a bibliotecas digitales gracias a su celular. Un migrante en Estados Unidos puede leer a Paz, Borges o García Márquez en su lengua materna, sin necesidad de cargar libros físicos. La lectura digital ha democratizado el acceso, aunque también ha planteado nuevas preguntas: ¿qué perdemos cuando dejamos de tocar el papel?, ¿qué ocurre con la memoria cuando todo está a un clic de distancia?
Lo digital —lo he dicho otras veces— ha abierto nuevos caminos. Sin embargo, no logra igualar la experiencia de lo impreso. El peso de un libro entre las manos, la textura de sus páginas, incluso su olor, forman parte de un vínculo sensorial e íntimo; algo se pierde cuando todo cabe en una pantalla.
Reconozco que lo digital no marca el fin de la lectura, sino el comienzo de una nueva etapa. Así como los códices fueron desplazados pero no olvidados, el libro impreso tampoco desaparecerá. Al contrario: convive, dialoga y se transforma. Existen ediciones que combinan texto físico con realidad aumentada; proyectos editoriales que recuperan la estética del códice para crear libros-arte; y plataformas digitales que permiten aprender a escribir y publicar en lenguas originarias.
El lector contemporáneo es un ser híbrido. Puede disfrutar poesía en Instagram, ensayos en blogs, novelas en formato EPUB. Puede subrayar con un dedo, compartir citas en redes sociales, crear comunidades lectoras que trascienden fronteras. Leer ya no es —o no siempre— un acto solitario: es, nuevamente, una experiencia colectiva. Tal vez, después de todo, estemos regresando al códice.
Y mientras ese códice prehispánico reposa tras su vitrina, quizá sonríe en silencio, porque sabe que su legado no ha muerto: solo ha cambiado de forma.
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