Yo no creía en la democracia

Yo nací y crecí en el México gobernado por el PRI

Yo nací y crecí en el México gobernado por el PRI. Pertenezco a la generación marcada por la represión al movimiento estudiantil de 1968 y a la que, un jueves de Corpus de 1971, el gobierno le dejó claro -a balazos- que cualquiera que alzara la cabeza corría el riesgo de perderla.

Nací y crecí en el México donde se reprimía ferozmente a las y los campesinos, ferrocarrileros, médicos y maestros.

Donde se perseguía, torturaba, encarcelaba o aniquilaba mediáticamente a los opositores.

En el México de la guerra sucia, los ajusticiamientos de la llamada "brigada blanca" y en el que líderes sociales y combatientes guerrilleros y sus familiares eran desaparecidos por el Estado.

Era este el país del tapado, la trampa y el chanchullo, la simulación y el fraude electoral, donde hasta los muertos votaban y se rellenaban urnas o quemaban boletas.

Aquí, por encima de todos los poderes, estaba, señor de horca y cuchillo, el inquilino de Los Pinos al que los medios colmaban de alabanzas.

Por eso yo no creía en la democracia.

Por eso y porque no tuve el coraje de unirme a la guerrilla, ni la tenacidad para sumarme a la lucha política, me fui a la guerra en El Salvador y, por eso, también, voté, por primera vez, hasta 1997 cuando tenía ya 45 años.

En El Salvador aprendí -de quienes tuvieron el coraje de alzarse en armas y la valentía para negociar y arriesgarse por la vía democrática- qué, garantizar al pueblo el derecho a elegir libremente a quien ha de gobernarlo, es la victoria más grande, honrosa y heroica que puede conquistarse.

No viví el robo de la presidencia en el 88 pero sí el del 2006.

Vi entonces fundirse en una sola fuerza a quienes, hasta ese momento, aparentaban ser enemigos irreconciliables. Estos dos fraudes no hubieran sido posible sin la complicidad entre el PRI y el PAN

Con la quema de los paquetes electorales y las llamadas "concertacesiones" se configuró un nuevo y más sofisticado modelo de dominación. Para imponerse y consumar el saqueo, el neoliberalismo necesitaba una "coartada democrática" e instituciones -como el INE y el TEPJF- que, moldeadas a su imagen y semejanza, administraran las eventuales y magras victorias de la oposición y garantizaran la alternancia bipartidista.

Mucho debemos las y los mexicanos a Cuauhtémoc Cárdenas y a Andrés Manuel López Obrador; en lugar de llamar al alzamiento armado -ante los fraudes de los que fueron víctimas- el primero fundó un partido político y el segundo, después de contener y encauzar la rabia ciudadana, llamó a seguir luchando pacíficamente.

Mienten quienes afirman que López Obrador debe su triunfo al INE.

Ganó, más bien, pese a esta institución y debido a su obstinación, a su terquedad, a su convicción democrática.

Ganó gracias a que la gente consciente, libre y masivamente protagonizó una insurrección cívica y se volcó a las urnas.

Para que esto pase una y otra vez de aquí en adelante y, gane quien gane, se respete su triunfo.

Para que descreídos como yo crean en la democracia.

Para que la gente participe masivamente en los procesos electorales e imperen la paz y la justicia, hay que impulsar la Reforma Electoral.

¡No! le digo a Felipe Calderón quien miente cínicamente.

¡No! Le digo a Lorenzo Córdova quien, como dice Pedro Miguel, anda como Juan Nepomuceno

Almonte, pidiendo ayuda en Europa.

No se acerca el fin de la democracia en México.

Al contrario; el alumbramiento de una democracia real y participativa, por la que tanto hemos luchado y que hasta ahora fue solo coartada, es el que vivimos. De una democracia qué, para consolidarse, debe liberarse de lastres del pasado autoritario y exige autoridades electorales íntegras, eficientes, sobrias, austeras e imparciales.