Desde la geopolítica
24/04/2025
¿Por qué ya no queremos tener hijos?
En geopolítica, se sabe que la fortaleza de un país no solo reside en su territorio o en sus recursos, sino en su gente. La población es quien trabaja, vota, innova y sostiene al Estado con su energía vital y el pago de impuestos. Pero ¿qué ocurre cuando esa población comienza a envejecer y a reducirse?
México, como otras naciones, se encuentra en un punto de inflexión demográfica que demanda análisis profundo, no juicios ligeros.
El estudio de la población se llama demografía, y una de sus herramientas clave es la pirámide demográfica. Esta gráfica representa los distintos rangos de edad de una sociedad. Cuando la base es amplia y los grupos jóvenes predominan, hablamos de una pirámide ascendente.
En cambio, cuando el grueso de la población está en las edades adultas y hay menos juventudes e infancias, la pirámide se invierte o comienza a colapsar desde abajo.
Durante décadas, México se jactó de tener una población mayoritariamente joven. Se hablaba del famoso bono demográfico: una ventana de oportunidad para el crecimiento, el desarrollo y la modernización. “Los jóvenes son el presente y el futuro del país”, decíamos.
Pero en los últimos años, esa base juvenil ha comenzado a reducirse. Las parejas tienen menos hijos, o simplemente no tienen. El bono demográfico se está agotando. Se lo está tragando la desigualdad.
El fenómeno no es menor. Sin población joven, no hay relevo generacional, ni fuerza laboral renovada, ni suficientes contribuyentes que sostengan al Estado de bienestar. Un país sin juventudes suficientes es un país sin pulmones. En otras palabras, el envejecimiento de la población no es solo un problema social: es un asunto de seguridad nacional.
México está apostando por un modelo de bienestar que implica programas sociales, pensiones universales y subsidios a diversos sectores. Pero ese modelo necesita sustentarse en impuestos. Si el número de personas en edad productiva disminuye, el equilibrio fiscal se vuelve cada vez más frágil.
En un escenario extremo, las pensiones podrían volverse insostenibles, o el país tendría que recurrir a más deuda pública para mantener su estructura social. O bien, promover algo que muchos políticos y empresarios temen: una reforma fiscal.
Esta tendencia no es exclusiva de México. Japón, Corea del Sur, Italia o Finlandia enfrentan crisis demográficas severas. Pero en lugar de responsabilizar a los jóvenes por no tener hijos, esos gobiernos entendieron que debían crear condiciones para la natalidad.
En Japón, por ejemplo, el gobierno otorga un subsidio mensual de 15 mil yenes por cada hijo hasta los tres años, y 10 mil yenes hasta los quince. En Noruega, las familias reciben un apoyo mensual de 970 coronas por cada menor hasta que cumple 18 años.
Finlandia ofrece apoyos que alcanzan los 11 mil dólares durante los primeros diez años de vida de un infante. Canadá otorga hasta 6 mil 833 dólares anuales por cada hijo, además de ofrecer ciudadanía dual, salud pública y educación bilingüe. Italia implementó el “Bono Bebé”, que puede alcanzar los 1,920 dólares anuales por hijo, sea nacido o adoptado.
Estos países no se burlan de sus jóvenes: los apoyan. Entienden que tener hijos no es un acto de voluntad individual aislada, sino una decisión profundamente influida por las estructuras sociales y económicas, por ejemplo, el acceso a educación universitaria, el acceso a primer empleo, salarios dignos, seguridad social, seguridad en los vecindarios, acceso a viviendas.
Así que lejos de culpar a los jóvenes por no querer tener hijos, habría que devolver la responsabilidad al gobierno y a las personas en el poder, por no crear aun los mecanismos adecuados para atender el problema del envejecimiento poblacional.
México aún no es Finlandia ni Canadá, pero si no actuamos a tiempo, enfrentaremos problemas similares de envejecimiento y colapso demográfico. Necesitamos menos juicio y mayor análisis a profundidad de estas cuestiones, que no son menores, sino como mencione, pueden constituir un problema de seguridad nacional.
Culpabilizar a los jóvenes por una decisión tan íntima como la maternidad o paternidad, sin tomar en cuenta el contexto social, económico y demográfico, refleja una falta de comprensión profunda. Si queremos que la población joven considere tener hijos, necesitamos construir un país donde valga la pena hacerlo: con acceso a salud, educación, vivienda, empleo digno y seguridad. Si el gobierno quiere que su población tenga hijos, sigan el ejemplo de los países que ya tuvieron esos problemas y estoy seguro de que la juventud hará los hijos con mucho gusto.
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