Día con Día

Kisinger a los cien

Dirán lo que quieran de Kissinger pero no que dejó de pensar: se murió con las neuronas puestas.

En mayo pasado, a una semana de que cumpliera cien años, su entrevistador de The Economist lo vio lento y jorobado pero con la cabeza como una aguja.

No pensaba en el pasado. Pensaba en el futuro cercano, en la III Guerra Mundial que veía en el horizonte.

Estados Unidos y China "se han convencido", dijo Kissinger entonces, "de que el otro representa un peligro estratégico. Estamos en el curso de un choque de grandes potencias".

Es una situación parecida a la de la I Guerra Mundial: "No hay mucho margen para hacer concesiones políticas y cualquier disturbio puede tener consecuencias catastróficas".

Kissinger preparaba dos libros, uno sobre la naturaleza de las alianzas y otro sobre la inteligencia artificial.

"Vivimos en un mundo de una destructividad sin precedente", dijo Kissinger. "La historia militar muestra que nunca ha sido posible destruir totalmente al adversario. Por razones geográficas y por falta de precisión. Hoy no hay límites. Todos los adversarios son 100% vulnerables".

La inteligencia artificial puede darle a las armas que hay en el planeta la precisión devastadora que no han tenido antes.

Puede crear sistemas de armas automáticas, indetenibles por la mano del hombre, pese a que se diga que el hombre estará siempre atrás, que activarlas será una decisión humana.

No exactamente.

En la visión de Kissinger hay poco tiempo para contener esta conflagración en marcha, de tres a cinco años, y la salida no puede ser sino la que ha sido siempre, una negociación real en la que las potencias, Estados Unidos y China, ceden algo.

Kissinger no sabía la escena final de esa negociación, pero sabía cuál debía ser la primera.

Ésta: antes que hablar de agravios, el presidente estadunidense debía decirle a su colega chino: "Señor presidente, los grandes peligros que hay para la paz mundial, en este momento, somos nosotros dos. Porque tenemos la capacidad de destruir a la humanidad".

Ahí podría empezar, en la tradición kissingeriana, una conversación sustantiva, puertas adentro, sin cumbres ni fanfarrias, dedicada a cambiar el rumbo de la confrontación y evitar la III Guerra Mundial.