El asombroso mundo entre los libros

Compartir una historia, el gusto de referirla a otras personas, ofrecer el libro que las contiene aunque éste no vuelva jamás a nuestras manos, es una satisfacción que no puede explicarse sin las necesarias subjetividades.

No citaré ningún autor clásico o contemporáneo de aquellos que recomiendan leer. Ellos fueron lectores más serios que quien suscribe: se entregaron a esta maravillosa experiencia de conversar con seres desconocidos (vivos o muertos) que pueblan nuestra soledad.

No obstante, debo remitir el propio ocio de aquel tiempo pasado y que está irremisiblemente perdido, cuando pude haber disfrutado las aventuras de Sandokan o las andanzas de Julio Verne en la juventud y que no se recuperan con añoranzas: la lectura me llegó demasiado tarde, pero en un momento en que el vacío ocupaba esa vastedad inexplicable que solemos llamar espíritu. Sin embargo, las escasas lecturas que me he apropiado ayudan en mi oficio y me doy cuenta de que al compartirlas son bien recibidas.

Esta última experiencia es la mejor de todas. Compartir una historia, el gusto de referirla a otras personas, ofrecer el libro que las contiene aunque éste no vuelva jamás a nuestras manos, es una satisfacción que no puede explicarse sin las necesarias subjetividades. Uno termina por darse cuenta cómo un libro cambia la vida o la forma de ver las cosas, el mundo que nos rodea.  

No sabemos hasta dónde llega el poder de transformar a las personas: un adolescente por el que nadie hubiera dado un solo peso te cuenta que uno de sus principales libros de autoayuda fue la Ilíada, su lectura lo llevó a enfrentar el desafío de emprender los negocios, le dio el arrojo necesario para decidir entre la derrota y la victoria. El compañero de borracheras que te veía apartado en un rincón, ensimismado, con un libro entre las manos y que un día se interesó por Las enseñanzas de don Juan, o sorprendiera pidiendo algún libro de un tal "Borges".

No son las únicas personas que recuerdas ni las que conocerás interesadas por un texto compartido. Has visto y verás cómo los chicos entre dieciséis y veintitrés años han devorado un volumen de cuentos en pocas semanas sin haber tenido la iniciativa propia de convertirse en lectores, aquellos que se han atrevido a narrar un cuento o leer un poema escrito por ellos mismos; aquellos que te piden recomendaciones y terminan por superarte en la cantidad de bibliografía digerida.

Entonces nos damos cuenta que no estamos en una isla desierta sino en un mundo donde hay que ayudar a descubrir otros mundos, donde la sociedad es indiferente porque no hay quien la busque y se aferre a compartir una experiencia al alcance de cualquiera. Sí, de cualquiera que permita acercarle los libros que te sorprendieron en la juventud o la madurez. Esto, ciertamente tendrá efectos secundarios: habrá una nueva mirada, cambiará totalmente las perspectivas de una realidad tan laxa, rutinaria.

La experiencia que nos renueva la mirada, el reconfortante colirio que nos quita la sequedad del ojo, nos humecta la imaginación. Es esa la lectura, la que te abre una puerta que se repite hasta el infinito a pesar de tu propia finitud y la del mundo que te rodea. No es la ´aburrida lectura´ a la que equivocadamente la gran masa segrega por dar prioridad a la diversión inmediata. Ese aburrimiento es tan sólo una predisposición, un juicio a priori de aquello que se desconoce o la apatía causada por un sistema al que conviene la nula cantidad de lectores (hoy esclavizados por las nuevas tecnologías).

Pero aclaremos esto: ser lectores es idóneo para compartir el encanto de lo mucho o poco que hayamos leído, transmitir, contagiar el gusto por ciertos autores alejados de las imposiciones dogmáticas e intelectuales. Como un buen café, un tabaco o una botella de aguardiente, el mejor tasajo. Es así como podremos acercarnos a quienes comienzan este asombroso hábito de invertir un poco de su tiempo en abrir un libro y dar vida a los personajes que esperan pacientemente que alguien los despierte de sus sueños.

Habría primero que tomarse en serio el ser lector como si esto fuera un oficio que remunera, aunque no ofrece más que sueños y la capacidad de ver un mundo diferente, o siquiera imaginarlo diferente. Lectores que no temen al contagio, a viralizar las experiencias en una realidad virtual que nos devuelva la sociedad a su realidad concreta, pero enriquecida, menos fantasiosa y más imaginativa. Y por qué no: una sociedad más humana.