OPINIÓN

El Circuito de Guelatao, anécdotas y tragedias (III)
09/06/2022

En estos días nos llegaron varios correos

Repasando el legajo de personajes del singular barrio, leo el mensaje de Domingo y me surgen los recuerdos. Siempre sonriente, desde temprana edad trabajando para subsistir, por las mañanas se dedicaba entregar a suscriptores el diario Excelsior; por las tardes cargaba con su tina atiborrada de cucuruchos de papel periódico, llenos de cacahuates tostados por doña Julia -señora cuya cabellera comenzaba a cubrirse de canas-, siempre peinada hacia atrás; amarraba su cabello con una tira de tela o detenía con una peineta de plástico. Los vendían a las afueras de los cines Juárez, Tropical Plaza o el Sheba. Los consumidores rompían la cáscara y deleitaban con el rico sabor de esta semilla o grano. Más adelante completó su vendimia con platanitos fritos, papas y palomitas en bolsitas de plástico que sellaban con la flama de una vela, ya abiertas les agregaban la tradicional salsa picante.

En estos días nos llegaron varios correos. Cómo no recordar a Don Fernando Gómez -un señor chaparrón de gran abdomen-, siempre de playeras de algodón y un blanco pulcro; sus hijos Andrés, Margarita La Gorda, Cucha, Rodolfo, Lupe y Oscar El Trapo, a quien veíamos salir del barrio con su charola a la cabeza llena de ricos merengues y la tijera de madera al hombro, que ocupara para reposar y despachar los merengues. Su padre, un verdadero cocinero que algunos gobernadores de la época degustaron de sus exquisitos pastelitos de carne, queso y hasta de crema. 

Un noble compañero de la época Chico Che. Se le atoraba la lengua cuando hablaba, cierta ocasión en un juego de pelota le preguntaron ¿cómo vamos? ¡chinco, chei! -respondió-, de ahí el sobrenombre. Hijo de don Plácido, hombre rudo, y doña Antonia, una señora humilde y bien luchadora. Se recorría las casas con su hija Licha ofreciéndose para lavar ropa o trastes de cocina. Trabajaba duro para llevarse algo de comer a la boca.

A la distancia en el tiempo, admiro muchos a estos personajes, no se deprimían o estresaban como ahora. Me doy cuenta que eran verdaderos guerreros, aun viviendo sin ingresos fijos, cada día seguramente con el corazón golpeado por la pobreza, ponían lo mejor de su ser para continuar su camino por el destino, la mayoría de ellos vivían en reducidos cuartos de alquiler dentro del mismo barrio.

Les cuento lo sucedido a doña Mila, la mamá del Águila Descalza. A falta de actividad como persona de edad avanzada, se caminaba por todo el barrio, infiere que los médicos del dispensario donde acudía por sus achaques y salud deteriorada, humilde y pobre; cuando los familiares la encontraron una mañana desfallecida en su camastro, de manera inmediata fueron a reportarlo al consultorio. Ahí estos se limitaron hacerles un interrogatorio y expedir los papeles que certifican su fallecimiento. La idea, darle cristiana sepultura al cuerpo; una vez concluido el trámite, a cómo pudieron consiguieron la caja para los servicios funerarios e inmediatamente regresaron al barrio. Varias señoras la velaban en su camastro, ya dentro del féretro y la amarillenta luz de los cirios. Comenzaron a llegar los vecinos con flores que se iban colocando en trastos con agua por el intenso calor.

Los hijos y familiares aquejumbrados por la partida de la matriarca, reflejaban en sus rostros con lágrimas la pena del trance que vivían; el ambiente, además de estar envuelto de tristeza, también era invadido por el humo del sahumerio, el aroma de las azucenas y de flores a muerto. Luego de unas oraciones, un murmullo salió del interior de la casita y se dispersó al exterior; el nerviosismo y escalofrío recorrió el cuerpo de algunas personas. Partes de los restos se habían movido. Luego más tarde, se escuchó una aguda voz que gritaba ¡Milagro! ¡Milagro! Doña Mila aparecía sentada en su ataúd. Algunas personas salieron pálidas y apresuradas de la casita. La impresión había sido mayúscula al ver como el extenuado cuerpecito de doña Mila se incorporaba. Después de este suceso, la señora vivió por varios años más. (ernesto_hdezr@hotmail.com.mx)




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